Capítulo Uno

Zane escuchó un grito y lo bloqueó, prolongando la alimentación desde el cuello suculento del chico latino que había acorralado en un callejón de la Misión, un barrio con gente principalmente de México y de América del Sur, en San Francisco. Era una zona riesgosa, por un lado los restaurantes de moda y clubes nocturnos, atraían a los residentes ricos de la zona norte de la ciudad, y por el otro los inmigrantes pobres trabajando duro en empleos sin futuro con salarios mínimos. Sin embargo, de alguna manera, Zane se había sentido como en casa cuando puso por primera vez un pie en el barrio.

Mientras sus colmillos se incrustaban más profundamente para extraer más sangre, Zane escuchaba los fuertes latidos del corazón de su víctima, plenamente consciente del poder que tenía sobre la vida del adolescente. Si tomaba demás, el muchacho se desangraría, los latidos de su corazón cesarían, exhalaría el aliento de sus pulmones por última vez, dejando una cáscara sin vida.

Era así como le gustaba alimentarse, no de una botella de sangre donada sin vida, como preferían hacerlo sus colegas en Scanguards, sino directamente de un ser humano, donde sintiera la vida palpitar bajo sus palmas mientras la tibia y rica sangre, recubría su garganta. No había ningún sustituto para este sentimiento. Iba más allá de la mera alimentación, lo atraía por su necesidad de sentirse superior, para ser poderoso, para tener el control de la vida en sus manos.

Cada noche renovaba la lucha para permitir que esa vida continuara. A pesar de que cada noche un ser humano distinto estaba a su merced, no cambiaba nada, y la batalla dentro de él seguía siendo la misma: detenerse mientras el humano todavía estaba vivo o ceder al impulso de destruir y calmar su necesidad de venganza, porque no importaba si se alimentaba de un muchacho latino, una mujer negra, o un hombre asiático, sus rostros se veían todos iguales una vez que sus recuerdos del pasado, se apoderaban de su mente. Sus rasgos se transformaban en las de un hombre blanco, con el pelo rubio oscuro, ojos marrones, y sus pómulos altos: el rostro de uno de sus torturadores, el único que no había podido localizar después de perseguirlo desde hace más de sesenta y cinco años. Y el único que no había matado… todavía.

Zane notó el cambio de presión de la sangre que corría por las venas del muchacho, y alejó los colmillos de su cuello. Rápidamente pasó la lengua sobre la herida para cerrarla y evitar la pérdida de más sangre, sus colmillos regresaron de nuevo a sus orificios, en lo profundo de las encías, satisfecho por el momento. Su propio corazón golpeaba furiosamente en su pecho mientras sentía a su víctima aflojar, pero sus oídos sintieron su pulso débil asegurándole que no había ido demasiado lejos. Había ganado la batalla de esa noche, pero la inquietud que había sentido en los últimos meses iba en aumento y lo hacía tomar cada vez más riesgos con la vida de sus víctimas.

Había llegado a San Francisco hace nueve meses, para una misión en Scanguards, la compañía de guardaespaldas dirigida por vampiros para la que trabajaba desde hace varias décadas. Su misión inicial se había convertido en una estancia permanente. Al principio, había pensado que el cambio de sede de Nueva York a esa tranquila ciudad de la costa Oeste, la cual se veía a menudo envuelta en niebla, le traería paz, pero fue todo lo contrario. La búsqueda de su verdugo se había estancado, luego había llegado a un callejón sin salida. Las pistas se enfriaban con cada día que pasaba, su fracaso incrementó su ira y odio. Necesitaba herir a alguien. Y pronto.

Al oír un sonido, Zane levantó la cabeza hacia un lado. Bajó al muchacho latino al suelo, apoyándolo contra la pared de un edificio. Él cerró los ojos por un momento y se concentró en la lejana voz que había escuchado. Más allá del ruido que indicaba una vibrante vida nocturna, un gemido bajo mezclado con miedo y desesperación llegó hacia él. Estaba lejos, pero debido a su audición sensible de vampiro, pudo identificarlo como una petición de ayuda.

—¡Mierda!

No debería haber ignorado el grito que había oído antes. Él debió haber sabido que algo andaba mal. Tanto sus instintos de vampiro como su formación como guardaespaldas, le decían lo mismo. Sin darle otra mirada a su víctima, Zane salió del callejón y se dirigió al lugar de donde provenía el sonido. Esperaba que ya no fuera demasiado tarde.

Vio a unos cuantos borrachos tropezando a lo largo de la acera, sus murmullos incoherentes temporalmente bloquearon los sollozos angustiados que él seguía. ¿Había perdido la pista? Zane se paró en seco en la siguiente esquina y obligó a sus oídos a concentrarse. Por un momento, todo estuvo totalmente tranquilo, pero luego el sonido volvió y se intensificó la sensación en su estómago de que lo necesitaban.

Esta vez, el grito estaba acompañado por una voz baja de un hombre—. Cállate, perra, o te voy a matar.

El instinto de Zane se hizo cargo mientras corría alrededor de la esquina y hacia la entrada, donde dos edificios de viviendas en mal estado convergían. Su visión superior nocturna evaluó la situación de inmediato: un hombre forzaba a una joven mujer contra un contenedor de basura, amenazándola con un cuchillo en la garganta. Sus pantalones fruncidos hasta sus rodillas y su trasero desnudo, se movía frenéticamente adelante y atrás mientras él la violaba.

—¡Mierda! —Zane saltó hacia él justo cuando la cabeza del hombre giró alertado por la maldición de Zane.

Sus colmillos se alargaron en pleno vuelo, y sus dedos se transformaron en afiladas garras, capaces de destrozar a un elefante en pedazos. Zane apartó al violador de su víctima con un solo golpe, sus garras se clavaron en los hombros del tipo, rasgándolo a través de su sudadera con capucha.

El grito del hombre fue primero de sorpresa, luego de dolor mientras las garras de Zane se introducían más en su piel. Él disfrutaba el sonido y arrastró una mano, con las garras extendidas, a través de todo el ancho del hombro, desgarrándole la piel, además de romperle el tejido muscular y nervioso. La sangre salía a borbotones de la herida abierta, y el aire se quedó impregnado de su olor metálico. Mostró sus colmillos, asegurándose que el idiota los viera claramente.

—¡Noooooo! —La desesperada protesta de su víctima, no hizo nada para detener el asalto de Zane. Con deliberada lentitud, permitió a su otra mano atravesar los músculos del hombro izquierdo, haciéndole igual daño. Con los brazos que colgaban inertes de sus hombros, los tendones rotos y los nervios sin sostener más sus movimientos, el violador estaba indefenso.

A su merced.

Si Zane hubiera tenido corazón, habría terminado ello allí mismo, pero ya era demasiado tarde. Una mirada hacia la asustada muchacha, la cual lo miraba horrorizada, hizo que su pasado se apoderara de él. De repente, las facciones de la rubia rojiza con aterrados ojos azules, víctima de la violación, se convirtieron en una cara que conocía muy bien, una cara que no había visto en décadas, pero que nunca había olvidado.

Su cabello color castaño oscuro rizado en sus extremos, acariciaba sus pálidos hombros y enmarcaba su rostro joven. La inocencia perdida, sus ojos marrón chocolate, lo miraron, rogándole que la ayudara, que la salvara—. Zacarías… —A medida que su voz se desvanecía, llegó hacia ella, pero ella se echó para atrás de nuevo, petrificada.

—Rachel —susurró—. No tengas miedo.

Zane se dio cuenta del hombre que luchaba contra él, y apartó su mirada de ella. Iba a matar al hombre que la estaba lastimando… lastimando a su pequeña Rachel.

Zane tiró al violador contra una pared a pocos metros, llenándose de una satisfacción total al oír el crujido de sus costillas. Cuando cruzó la distancia hacia su víctima, sus pasos fueron deliberados. Él permitió que su cuerpo se endureciera y disfrutó de la expresión de horror en los ojos del hombre. Pero no vio más, la cara del violador. Había cambiado. Vio a un hombre rubio oscuro con ojos marrones. Y, finalmente, los ojos brillaban con miedo y con el conocimiento, de que su tiempo se había finalmente terminado. Estaba atrapado y pagaría por sus crímenes de esa noche.

Sin pensarlo dos veces, Zane golpeó sus garras en el pecho del hombre y lo cortó, abriéndolo con la precisión infalible de un hombre que había realizado esa misma tarea antes. Haciendo caso omiso de sus desgarradores gritos, hundió las manos en su interior y tiró de sus costillas, separándolas. La sangre que brotaba generosamente de la herida abierta del pecho lo salpicó. Aspiró el aroma, el olor de la vida y de la muerte, eran igual de fuertes. A pesar de que se acababa de alimentar, el hambre aumentó, pero esta vez era un tipo diferente de hambre, no de alimentarse, sino de venganza. Más dulce que el hambre, rogaba ser satisfecha por el único medio posible.

Zane metió la mano por la pared torácica y alcanzó el corazón palpitante. La palma de su mano sujetaba el órgano que sustenta la vida, palpitante en su puño, sus espasmos seguían siendo fuertes y luchaban contra lo inevitable—. Nunca lastimarás a nadie otra vez.

Mientras desgarraba el corazón de su cuerpo, los ojos del hombre se quedaron en blanco. Zane se quedó con el corazón latente en su mano, mientras la tibia sangre goteaba de las venas y arterias rotas, recorriendo su mano y muñeca. Un río encontró un túnel debajo de la manga de su camisa de color negra, mojándola, pegándola contra su piel. Su ritmo cardíaco, se redujo cerca de lo normal.

Ya estaba hecho.

—Rachel, está muerto. Ahora estás a salvo.

Zane giró, pero Rachel se había ido. En su lugar, una joven rubia rojiza, se encogía contra la basura, sollozando y temblando como una hoja. Las lágrimas habían disuelto su rímel negro y rodaban rayas oscuras a lo largo de sus mejillas. Sus labios temblaban.

Zane parpadeó. Rachel no estaba segura. Rachel se había ido, y no podía traerla de vuelta. Pero esa chica, allí, estaba viva, y su atacante estaba muerto.

Dio un paso hacia ella para impartir la buena noticia, pero se echó hacia atrás lejos de él.

—¡Noooooo! —Ella gritó sin aliento, sus ojos buscaban frenéticamente una ruta de escape, como si pensara que Zane iría detrás de ella después.

—No te haré daño. —Él estiró sus ensangrentadas manos hacia ella, pero su gesto sólo hizo que ella diera un grito de pánico.

Zane sabía lo que había visto. Sus jeans y camisa estaban empapadas en sangre. El líquido pegajoso y cálido había penetrado hasta sus botas. Pero eso no era lo peor. La muchacha a la que había rescatado, vio su lado vampiro con mortales garras, afilados colmillos que se abrían paso entre sus labios y ojos brillantes de color rojo que le daban un aspecto diabólico. Su cabeza calva acentuaba más el aire de peligro que le acompañaba siempre, incluso cuando estaba en su forma humana. Incluso sin que sus colmillos se alargaran, las personas le temían… como debería de ser.

Había masacrado a un hombre, como un carnicero sacrificaba a un cerdo sin sentir ningún remordimiento. Había hecho lo necesario, aun si la mayoría de la gente nunca lo entendiera. El mal tenía que erradicarse de inmediato, antes de que tuviera la oportunidad de crecer más y convertirse en un cáncer enconado que podría destruir a todo un pueblo. Como lo había hecho una vez, mientras el mundo se limitaba a observar.

Se habían quedado mirando hasta que fue demasiado tarde, hasta que lo peor ya se había hecho.

—Voy a hacer que olvides —prometió Zane a la asustada muchacha y permitió que sus poderes mentales se apoderaran de su mente y borraran todo lo que había sucedido esa noche, incluyendo la violación. Cuando despertara por la mañana, ella no recordaría nada del hombre que la había atacado, ni del hombre que le había salvado de ese monstruo.

¿O era Zane el monstruo? ¿Era él al que debería temer, por ser el malo y querer vengarse de lo que le habían hecho a él y a su familia?

Mientras caminaba por la noche y la tibia sangre de su víctima rápidamente se secaba en su piel y ropa, una vez más el rostro de su verdugo se cernía, burlándose de él. Tenía que cerrar ese capítulo de su vida y enterrarlo, de lo contrario la paz lo eludiría y la felicidad seguiría siendo una palabra extraña.