De: laurasumisa@hotmail.com

Para: maestroyuko@wanadoo.es

Enviado: Sábado, enero 18, 2003, 9:38

Mi muy querido Maestro Yuko, Amo ha hecho uso de las bragas de Andrea. Pasaban los días y, francamente, pensé que no tomaría ninguna iniciativa al respecto. O que yo no formaba parte de sus planes, fueran los que fuesen. Pero el alma de mi Amo es perversa (lo digo embelesada) y anoche me llamó a su presencia en ese tono que indica que estamos en sesión. Imaginaba que sucedería porque el día transcurrió entre charlas acerca de sumisión, dominio, fantasías: son temas que nos excitan mucho.

Pensé que me ataría, y ya iba metiéndome en el papel, mientras me encaminaba a la mazmorra. Pero esta vez Amo tenía planes muy diferentes. Lo encontré desnudo, repantigado en un asiento, masturbándose. Tenía apretada contra la cara las bragas de Andrea.

Tuve que arrodillarme entre sus piernas y sustituir su mano por una de las mías. Él se concentró en oler mientras yo le hacía la paja. Lentamente. Disfruto haciéndolo. Otorga una enorme sensación de poder. Es como tener al varón agarrado por el alma y disponer de ella a tu antojo. Después de chupársela, es la manera más completa de poseer a un hombre.

Cuando recibía la correspondiente orden, depositaba en el glande la mayor cantidad de saliva posible, y continuaba con mi tarea.

Así estuvimos hasta que Amo alcanzó el orgasmo.

En ese punto, creí que todo había acabado. Pero no. A continuación, Amo dio a conocer nuevas órdenes.

Yo tendría que hacer exactamente lo mismo que él.

Al escuchar sus palabras se me estrujó el estómago. Dudé, pero Amo acudió en mi ayuda. Para facilitar la inmersión me cubrió los ojos con una venda, ató mi brazo izquierdo a la espalda, y me asestó algunas bofetadas. ¿Cuatro? ¿Seis?

Funciona.

Al instante sentí que era capaz de cualquier cosa. No había límites. No hay límites.

Gracias, Maestro, por enseñarme a descubrirlo.

Obedecí sin rechistar. El asco producido, hasta ese momento, por la sola idea de tener algo que ver sexualmente con Andrea, desapareció. O no… Tal vez sería más exacto decir que esa repulsión fue también lujuria. Me es imposible explicarlo. Pero algo dentro de mí fue lavado por una gran corriente liberadora. Una corriente que me transportó al país de la inocencia absoluta.

Abierta, en el asiento antes ocupado por Amo, procedí a masturbarme. Amo ensalivaba mi clítoris. Cuando lo creyó oportuno, aplicó la prenda contra mi cara. Puso cuidado en que la franja más «fragante» coincidiera con mi nariz.

Maestro, debo confesar que aspiré tal y como se esperaba de mí: anhelosa, enardecida. El olor, ya algo diluido, me llegó claramente.

Debo admitir que lo disfruté.

Estaba tan excitada por la perversidad de la situación y por la libertad ilimitada que experimentaba que creo que hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa.

Cualquier cosa.

Ante usted, soy capaz de reconocerlo.

No tardé en correrme.

Mi amado Maestro, de esta manera queda satisfecha su demanda.

Ahora respondo a sus preguntas.

Estoy lista.

No sólo estoy lista, sino que deseo conocerle con todo mi corazón.

Progreso. Mucho; ya Amo no se burla del producto de mis esfuerzos. Soy torpe, claro está, pero consigo ver las cosas de otra manera, al pintarlas.

¡Y la acuarela es tan pura!

Conocerlo me ha ayudado tanto, Maestro.

Nunca podré agradecer bastante a la vida que lo haya traído hasta mí.

Sumisa Laura