De: maestroyuko@wanadoo.es

Para: laurasumisa@hotmail.com

Enviado: Viernes, enero 10, 2003, 21:30

Sumisa Laura, la madrugada del miércoles fue muy productiva. Conseguí una obra de calidad. La primera en mucho tiempo. Es algo que tengo que agradecerte. Pensé que la vejez y la meditación (capaz de llenarnos totalmente y aletargar otras necesidades) habían acabado con mis impulsos creativos. Pero no es así. Tengo ante mí la prueba. Has despertado otra vez mi inspiración. Lo agradeceré aplicando todos mis conocimientos, experiencia y talento a tu sesión de bondage.

Un incienso hecho a base de hiratakuwagata en polvo, posiblemente, contribuyó a predisponer mis sentidos artísticos. Durante el día, gran cantidad de té vigorizante. Ejercicios respiratorios. La jornada transcurrió como un insecto que habita un espléndido jardín. Comencé a trabajar alrededor de medianoche. Antes, leí el Hagakure: «Hay dignidad en el esfuerzo y la asiduidad, en la serenidad y la discreción. Hay dignidad en la observación de las reglas de conducta y en el obrar rectamente. También hay dignidad en apretar los dientes y mantener los ojos abiertos». Apreté los dientes y mantuve los ojos abiertos. El humo del incienso propiciaba el enriquecimiento, la energía de la noche. Una energía como agua tibia, que impregnaba mis miembros.

Podía escuchar la savia latir en el interior de los árboles del patio.

A continuación, leí el diario de viaje del poeta Matsuo Bashō: «Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje»… «Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso de Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme de nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas de mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas».

Así, como la idea de la luna en la isla de Matsushima, la idea de la obra que intentaba aflorar llenaba mis horas. Obra que serás tú, Laura. Leyendo las palabras del poeta andariego pensé en tu viaje. Yo, sentado en la madrugada, el tarro de tinta semejante al ojo de un calamar, frente a la hoja de papel, el pincel reposando a la espera, formaba parte de tu viaje. La madrugada era como un océano. La oscuridad del exterior ostentaba una calidad juguetona. Estaba repleta de rastros de estrellas, de transparencias misteriosas, de pequeños remolinos, de trotes y roces. Casi al amanecer, mi mano empuñó el pincel, dialogó con el ojo del calamar, con la porosa superficie del pliego. Yo apenas tenía conciencia de sus movimientos, toda mi atención estaba puesta en la imagen que flotaba en mi interior. ¡Qué hermosa! Por fin pude ver, adorable Laura, tu rostro y tu cuerpo.

Me apresuré a fijarlos, a convertirlos en la culminación de tu aprendizaje.

Maestro se siente gratificado por la oportunidad de acompañarte en el viaje.

Ha sido una agradable, rejuvenecedora experiencia.

El templo de Ryusyaku fue fundado por el gran maestro Jikaku; creo que te he dicho ya que es un lugar famoso por su silencio. El santuario se halla en la cumbre de una montaña. Pinos y robles en un paisaje que parece nacido del retozo de unos gigantes. Unos gigantes que encuentran placer arrojándose enormes rocas, cascándolas como nueces, dispersando los restos. El musgo en las proximidades del templo es suave como la piel de un niño. El templo brota de las piedras. Frente a la hermosura tranquila del paisaje, el corazón se aquieta y «el son de las cigarras taladra rocas».

Maestro Yuko