CAPÍTULO XVII

Graf se arrastró también hasta allí. Estaba muy débil. Sus ojos extraviados se clavaron en la figura de la mujer que por instantes cambiaba, que se llenaba de nuevas fuerzas. Sus ojos adquirían brillo, su piel se tensaba. Las formas, antes secas y estiradas, se redondeaban por momentos.

Graf musitó:

—Debieras haber pensado en mí. Yo empiezo a sentirme débil.

Ella no contestó.

Fue arrastrando poco a poco el cadáver para que no lo descubrieran hasta desaparecer con él.

Cuando regresó, mostrándose de nuevo a la luz fría de las estrellas, era una mujer casi perfecta. Sus formas se habían redondeado del todo. Sus líneas tenían una turgencia, un toque de mujer de gran clase. Los vestidos pasados de moda le sentaban bien. Y sin embargo, Isadora Graf inspiraba un frío sentimiento de horror a causa de la luz inhumana que ahora flotaba en sus ojos.

Hasta Graf se sintió impresionado.

Con voz débil preguntó:

—¿Por qué no me has avisado? Hace ya demasiados días que no me alimento. Acordamos que en las épocas malas nos lo repartiríamos todo los dos.

—Te equivocas —dijo ella, con una sonrisa glacial—. Lo que acordamos fue alimentarnos por turno.

—Cierto, eso es cierto… ¡pero da la casualidad de que la que te alimentaste la última vez también fuiste tú!

Ella no contestó.

Siguió envuelta en aquel silencio distante que por un momento dejó a Graf desconcertado.

—¿Qué pasa? —murmuró al cabo de unos instantes—. ¿Qué ha pasado entre los dos? Estamos en nuestro viejo hogar, en nuestro ambiente, en nuestro mundo. Lo hemos encontrado todo mejor que lo dejamos. ¿Por qué esa cara? ¿Es que ya no confías en mí?

Ella dijo secamente:

—No.

—¿Por qué razón?

—Tú me dijiste que estaba muerta.

Graf tuvo un estremecimiento. Se encogió unos instantes como si quisiera concentrarse en sí mismo.

Luego musitó:

—Ah, era por eso…

—Me engañaste, Graf. Nunca me habías engañado hasta ahora.

—¿Y por qué no hemos hablado antes de ese problema? ¿Por qué lo has tenido callado durante casi dos semanas, mientras nos dedicábamos a tratar de huir?

—Por eso, porque nos dedicábamos a tratar de huir y yo no tenía un momento de paz. Lo más importante era lo más importante. Pero ahora estoy tranquila y quiero que hablemos de eso.

—Me equivoqué —dijo, sencillamente, Graf—. Sabes, que no cometo errores, pero tampoco puedo acertar siempre. Hay momentos en que hasta una persona como yo se distrae. Creí que estaba muerta.

Ella le miró con un hondo, con un desprecio infinito, que parecía llegar desde más allá del tiempo.

—No, no lo creías, Graf. Mientes.

—¿Qué quieres decir?

—Tú la ayudaste a escapar. Tenías el mayor interés en que no le pasara nada.

—¿Y por qué no has de creerme? —musitó él—. ¿Qué razón hay para que ahora dudes de mí?

—Sólo una.

—¿Cuál?

La mirada de desprecio, aquella mirada de odio que atravesaba el tiempo llegó de nuevo hasta él.

—Esta razón —dijo Isadora con voz silbante—. ¡Esa muchacha, Hada, es el vivo retrato de tu hija!…