CAPÍTULO IX

A Hada la sobrecogió la luz repentina de aquel relámpago. Tuvo un estremecimiento y bajó la persianilla de cuero de la ventana. Notó que las lámparas habían vacilado.

«A ver si nos quedamos a oscuras», pensó.

Fue entonces, al cesar el estampido horrísono del trueno, cuando le pareció oír rumores de lucha en el piso inferior. Aunque no eran exactamente rumores de lucha, sino ruidos de muebles desplazados bruscamente. Prestó atención y un nuevo relámpago la hizo estremecerse.

Al cesar el trueno, aquellos ruidos continuaban.

Pensó que quizá a Ketty le estaba ocurriendo algo.

Salió de la habitación y descendió las escaleras con movimientos inseguros. La puerta de la habitación de su compañera estaba cerrada. Golpeó con los nudillos en la hoja de madera.

—Ketty… ¿Ketty, estás ahí?

Nadie le respondió.

Pero de pronto se había hecho un silencio extraño, un silencio casi espectral y que llegaba a helar la sangre.

Sólo se oía el gotear de la lluvia.

Parecía como si la tormenta fuera alejándose.

—Ketty, ¿estás ahí?

Hada ya no pudo más. Nadie contestaba.

Abrió.

Como en una serie de flashes fotográficos que la deslumbraban, vio la terrible escena: el hilo de sangre se deslizaba por el suelo y pronto iba a llegar hasta la puerta. Ketty yacía sobre la cama. Un hombre estaba inclinado sobre ella.

Pero no era la posición lógica —infinitamente repetida— de dos amantes. Él, simplemente, estaba buscando su cuello. Y de allí surgía el hilo de sangre que lo iba impregnando todo, poco a poco.

El hombre se volvió.

No llegó a verla bien. Porque en aquel instante la luz lívida del relámpago lo llenó todo, deslumbrándolos. Las bombillas de la casa vacilaron y se extinguieron con un leve crujido.

Todo quedó sumido en tinieblas, porque los relámpagos habían cesado. El trueno hizo temblar hasta los cimientos de la casa. Un viento huracanado batió las ventanas, amenazando con llevárselas por delante.

Hada lanzó un gemido.

Había intuido algo espantoso, algo que estaba en relación con la pesadilla de James.

Saltó hacia atrás y tropezó con las escaleras. La oscuridad más completa la envolvía ahora. El viento hacía temblar cada vez más las estructuras de la casa.

Ciega de terror, Hada subió las escaleras casi a gatas. Su falda se desgarró. Por unos momentos pensó que había huido y que el monstruo no podría encontrarla.

Pero oyó enseguida los pasos en la escalera.

¡La estaba persiguiendo! ¡Había abandonado su presa para buscarla a ella!

Hada lanzó un leve gemido. Nunca debió haberlo hecho, porque Graf supo así dónde estaba. Hizo su carrera más rápida, aguzando aquellos ojos amarillos, aquellos extraños ojos de gato, que le permitían ver en la oscuridad.

Hada tropezó con la barandilla del piso superior. La bola que la adornaba cayó. La muchacha lanzó un nuevo gemido mientras sentía un vivísimo dolor en el vientre, en el sitio donde había tropezado.

Eso la hizo detenerse un momento. Oyó la respiración anhelante dos peldaños más abajo.

Graf ya estaba casi junto a ella. Tendió la mano.

Otra vez la oscuridad protegió a la muchacha. Pudo esquivarle mientras tropezaba con las paredes. No sabía bien dónde estaba, pero creía recordar que había una habitación con grandes armarios al fondo del pasillo.

¡Si pudiera llegar hasta ella! ¡Si tuviese la suerte de que ningún relámpago la descubriese antes de alcanzarla!…

Esa suerte, al menos, la tuvo. Ningún resplandor se produjo en la oscuridad espantosa de la casa. Tampoco volvió la luz eléctrica. Hada palpó ansiosamente la puerta que podía significar su salvación.

¡Estaba cerrada!

Oyó la respiración anhelante apenas a dos pasos. Se dio cuenta de que iba a ser alcanzada.

Su propio horror la impidió gritar.

No supo bien la suerte que había tenido con eso. Graf no la veía ni sospechaba dónde podía estar ahora. Sus manos buscaban en el vacío.

La muchacha empujó desesperadamente la puerta. Se produjo un chasquido sordo.

Y Hada contuvo la respiración. ¡Ahora sabían dónde estaba! ¡El chasquido la había delatado!

Pero Graf se confundió. El ruido de la lluvia era a veces tan intenso que anulaba los otros. Pensó que el chasquido se acababa de producir a su derecha.

Allí había una puerta.

La abrió.

La luz lejana de otro rayo le permitió ver un dormitorio intacto. Dos armarios y un biombo le llamaron la atención porque allí podía haberse ocultado alguien. Avanzó con las manos trémulas.

Mientras tanto, Hada ya había entrado en la otra habitación donde estaban los armarios roperos. Buscó a tientas un sitio donde ocultarse.

Lástima que allí no había ninguna ventana.

No podría huir.

Pero al menos, el monstruo no la buscaba. Había perdido su pista. Si conseguía desorientarle durante unos minutos más, se habría salvado, porque no era fácil que estuviera demasiado tiempo en una residencia donde había ya un cadáver.

De pronto hasta el rumor de la lluvia cesó.

El silencio se hizo agobiante.

Hada sólo oía su propia respiración, su respiración lenta, enervante, que producía como un silbido estruendoso.

Jamás hubiese creído que la respiración de una persona pudiera oírse tanto.

Se mordió los labios desesperadamente.

Estaba acuclillada entre dos armarios, pero si volvía a funcionar la luz eléctrica la distinguirían. Rezó con toda su alma para que aquello no sucediese. Rezó también para que no cayera cerca ningún rayo.

La oscuridad siguió siendo impenetrable.

Hada sintió que sus nervios se relajaban. Quizá, después de todo, podría escapar. Quizá tendría suerte…

De pronto sus pensamientos se detuvieron.

Acababa de oír un chasquido.

¡Alguien había entrado en la habitación!

En efecto, Graf estaba allí. Ya se había dado cuenta de que la muchacha tenía que haber seguido pasillo adelante. Entre la impenetrable oscuridad, siguió buscando.

El silencio era agobiante ahora.

Sólo captaba el ritmo lento, sordo, de su propia respiración.

Los dedos ágiles palparon los muebles.

Las sombras.

Nada…

No se dio cuenta de que Hada estaba encogida tan cerca que hubiera podido tocarla con sus zapatos. Sólo avanzando un paso más ya habría tropezado con ella. No se dio cuenta tampoco de que sus dedos, al bajar, habían rozado materialmente los cabellos de la muchacha.

Dejó que rechinaran sus dientes.

Y fue a marcharse de allí.

No le convenía perder tiempo. Avanzó hacia la puerta, mientras contenía un momento la respiración.

Y fue entonces cuando captó aquella otra.

¡La de una persona que respiraba a poca distancia! ¡Hasta aquel momento el ruido de sus dos respiraciones se había confundido!

Giró de repente. Sus ojos estaban desorbitados.

Despedían aquella extraña luz amarilla.

Y entonces las luces amarillas se reprodujeron, se multiplicaron hasta el infinito. Todas las bombillas de la casa se habían encendido de golpe. La habitación de los armarios quedó tan bien alumbrada, como si en ella entrara la luz del sol.

Graf se volvió de repente.

Aquellas luces amarillas se reflejaron en los ojos aterrorizados de Hada. Repercutieron cien veces en ellos. La boca de la muchacha se abrió para dar paso a un desgarrador alarido.

Sabía que iba a morir.

¡Que su sangre brotaría como había brotado la sangre de Ketty!

Sus ojos se encontraron con los del hombre. Aquel grito de Hada repercutió en los tímpanos de ésta como si lo hubiera lanzado otra persona. Y de pronto, Hada quedó quieta, inerte, sabiendo que aquello era el fin, masticando el sabor de su propia muerte.

Pero Graf… ¡no se movió!

¡Graf se limitaba a mirarla con los ojos desencajados, como si no pudiera creerlo!

Las manos bajaron poco a poco.

Los ojos giraron en sus órbitas. Los labios manchados de sangre temblaron.

Graf se alejó. Parecía como si, de pronto, las fuerzas le hubieran fallado. Se oyó el ruido lento de sus pasos en la escalera.

Hada ya no pudo resistir más aquella terrible tensión. Fue incapaz hasta de gritar de nuevo. Sus rodillas se doblaron y cayó blandamente a tierra.