III

Lejos, muy lejos había quedado esa mañana en la que desayunó distraídamente mientras hojeaba el diario y cada tanto pensaba que por fin ese mediodía iba a conocer a Juan García. Sentía que eso había ocurrido hacía un año, el almuerzo con el político mafioso podría haber tenido lugar varios meses atrás, la tarde en la revista más bien parecía el fruto de un sueño leve, de esos que uno solo recuerda un jirón y nada más. Y el día se había llenado de historias que le llevaría una vida poder asimilarlas: su corrida en el auto de Álex Vilna cruzando la ciudad sin respetar semáforos, ni velocidades máximas, ni automovilistas; finalmente, el encuentro en la vereda de su edificio con Marcelo, que ella creyó muerto, y Rafael, que parecía que iba a morir, y esos asesinos, que no se imaginaban que diez segundos más tarde llegaría su final. ¿Cuánto faltaba para que terminase ese largo día?

Y ahora había enviado a un chico de once años a una misión suicida sin ninguna protección. La primera reacción de Federico fue llamar a varias personas, con las que mantenía un diálogo breve pero intenso. Mientras hablaba, le hizo un gesto a Verónica para que lo acompañara. Fueron hacia donde se encontraba el auto. Federico buscó su maletín en el baúl, donde lo había guardado. Del maletín sacó unos papeles; eran pantallas de Google Earth impresas. Ya se había hecho noche cerrada y no se veía bien bajo la tenue luz del estacionamiento. Volvieron a la entrada del hospital y se sentaron en uno de los bancos donde los pacientes esperaban para ser atendidos de urgencia. Verónica lo miraba hacer y sentía la impotencia de no poder resolver ella misma nada. Su propuesta de avisar a las autoridades del ferrocarril Sarmiento había sido desechada por Federico. Le dijo que no le iban a hacer caso ni con un pedido especial del ministro del Interior. Cuando Federico cortó el último llamado, recién entonces volvió a dirigirse a Verónica, que había escuchado fragmentos de las conversaciones. Se puso de pie y extendió sobre el banco las impresiones de Google Earth.

—Esto que ves acá impreso es todo el recorrido del ferrocarril Sarmiento, desde Plaza Miserere hasta Moreno. Hay en total 175 cruces con calles a lo largo de 43 kilómetros de vías. Una cifra que parece imposible de controlar. Pero no es tan así. Con Ramiro, el nuevo meritorio que tenemos y que es de Ituzaingó, hicimos un trabajo de inteligencia. Hay cruces imposibles para que pueda ocurrir la competencia en esos lugares. Puentes por encima de las vías, pasos bajo nivel, cruces de avenidas muy iluminadas, calles muy transitadas. Después están los lugares donde murió o fue herido algún chico. Nunca repiten el lugar. Por alguna razón no los vuelven a utilizar. Así que, descartando, nos quedan solo ocho lugares posibles donde puede ocurrir.

—¿Solo ocho?

—Ocho en una extensión territorial de 35 kilómetros. Tres en Capital y cinco en provincia. Si fuera en Capital, no tendríamos mayores problemas en saberlo apenas lleguen al lugar con los chicos. Acabo de hablar con la gente de seguridad con la que trabaja el estudio y podemos tener bajo control esos tres puntos.

—Quedan cinco.

—Cruces ubicados en Padua, Castelar, Ituzaingó, Morón y Haedo. Pareciera que entre Haedo y Ciudadela estos tipos agotaron todos los lugares posibles y solo quedan cruces bien al oeste. Hablé con la gente de la Defensoría de Menores de la Nación y también con un juez camarista de Morón. Hay posibilidades de mandar a los integrantes de un cuerpo especial de la Bonaerense a Padua, Castelar e Ituzaingó.

—¿Son confiables?

—¿Los canas? Es lo que hay.

Verónica lo miró rogándole mayor precisión.

—No alcanza con «es lo que hay».

—Mirá, si esto acaba mal, te aseguro que ningún cana de ese equipo va a seguir trabajando de policía y va a terminar como cuidador en el zoológico.

—La otra vez dijiste que podían llegar en seis minutos a cualquier parte.

—De manera organizada, sí. A las apuradas, se hace más difícil. Quedan dos lugares donde la policía de estos distritos no llegaría tan rápido: Morón y Haedo. Extrañamente son los cruces más céntricos. Se supone que si se pudiera descartar alguno de los otros tres puntos, un patrullero puede acercarse tanto a Haedo como a Morón, pero tardaría un cuarto de hora.

—Vamos.

—¿Adónde?

—A Haedo y Morón. ¿A cuánto estamos desde acá?

—Lo que tardemos hasta la autopista, luego bajamos en Dolores Prats hasta Rivadavia y retrocedemos hacia Haedo o avanzamos hacia Morón. Calculale poco más de media hora, si nos apuramos.

—Entonces vamos ya. En el camino voy a llamar a una de mis fuentes, para ver si puede alertar a los maquinistas que están de servicio.