II

Corría, corría como el viento, como Tiro al Blanco en Toy Story, película que había visto en la casa de Dientes. Eran un superequipo pero él no tenía ningún superpoder, ni siquiera el de volar bajito. Tenía que llegar pronto a la casa y solo podía usar su habilidad para esquivar gente como si fueran defensores molestos. Además, después de correr cinco cuadras sin parar comenzaba a cansarse. Hizo una cuadra a paso vivo, tomó aire y volvió a correr, pero el segundo envión solo le duró tres cuadras. Descansó cien metros y aceleró. Las piernas le pesaban cada vez más.

Llegó a su casa con la lengua afuera y el corazón retumbándole como el bombo de la hinchada de Nueva Chicago. Necesitaba urgente tomar agua, pero no podía perder tiempo. Fue hacia el departamento de Martina y golpeó la puerta. Lo atendió la abuela, que le dijo que Martina estaba haciendo los deberes y que ahora no podía salir.

—Necesito hablar con ella.

—Más tarde. Tiene que terminar de hacer la tarea de lengua porque trajo una mala nota.

—Es urgente.

—Ahora no, Peque.

—Necesito decirle que estoy enamorado de ella.

La abuela lo miró como se debe de mirar a un marciano que pide un vaso de vino.

—Ahora la llamo.

Al rato apareció Martina.

—¿Qué te pasa a vos?

—Vení. —La agarró del brazo y se la llevó lejos de la puerta. Agitado como estaba, le contó que tenía que ponerse en contacto con la mujer que había venido a verlos.

—Ah, esa.

—O con tu papá.

—Me dijo que yo era muy linda. No le creí nada.

—Martina, escuchame, necesito hablar con tu papá. ¿Lo podés llamar?

Martina se quedó pensando.

—Esperá acá. —Fue para su departamento y volvió al minuto—. Le robé el celular a mi abuela. Vamos a la terraza.

El Peque subía los escalones de dos en dos mientras Martina iba tranquila buscando el teléfono de su padre. Se acomodaron en aquel rincón al que nunca llegaba ningún adulto —salvo Superchica— y Martina marcó el número de Rafael. Nadie contestaba. Insistió varias veces con el mismo resultado. El Peque comenzaba a ponerse mal, muy mal. Tenía que decirle a Superchica que la competencia era esa noche, no al día siguiente.

—Esto es terriblemente mortal —fue lo que dijo.

—Tengo una idea —dijo Martina mientras maniobraba con las teclas del celular—. Cuando mi papá llamó el jueves, mi abuela me dijo que lo había hecho desde un número que no era el de su teléfono, seguro que era de la mujer esa.

—¿Te parece?

—Deben ser novios o algo así, porque si no, no le usás el teléfono a otro. Pará, acá en llamadas recibidas hay un número que mi abuela no tiene con el nombre de nadie. Sí, es una llamada del jueves a la tarde. Yo marco.

A los pocos segundos de sonar, el Peque pudo escuchar una voz del otro lado del teléfono.

—¿Vos sos la novia de mi papá?

¿Qué le pasaba a Martina? ¿Se había vuelto loca?

—Soy Martina, la hija de Rafael. ¿Vos sos la novia?

Lo único que faltaba era que Superchica le cortara.

—Quedó grabado cuando él llamó a mi abuela el otro día.

—Martina, me pasás que quiero hablar yo —dijo el Peque rogando y enojado a la vez.

—Pará. —Martina le hizo un gesto con la mano y se quedó escuchando lo que le decía la voz del otro lado y después agregó—: Esperá vos. Antes de pasarme, acá hay alguien que te quiere hablar.

Le dio el celular al Peque y le hizo un gesto que él no entendió ni le importaba y que sin duda tenía que ver con lo del noviazgo del padre.

—Hola, soy yo, el Peque.

—Peque, ¿cómo estás, todo bien?

—Todo mal. La competencia se pasó para hoy. Se llevaron a Dientes directamente del club. Ustedes lo van a salvar igual, ¿no?