Sus nombres no merecen ser recordados: 1 y 2 iban sentados adelante. 3 y 4, atrás. El auto era un Audi A4 versión 1.9, un poco viejo (2003), pero que andaba perfecto. El color era azabache metálico y tenía 120 000 kilómetros, las llantas eran originales con neumáticos Dunlop Sp Sport Maxx GT cambiados mil kilómetros atrás, caja de sexta multitronic automática, secuencial con levas al volante, turbo diésel. Techo solar eléctrico, climatizador bizona, ABS, seis airbags, control de velocidad crucero, encendido automático crepuscular de luces, computadora de a bordo con chequeo automático de sensores de instrumental y motor. Además, tenía al día la verificación del automotor exigida a los vehículos radicados en la provincia de Buenos Aires. El auto era lo mejor que se podía decir de ellos.
1, 2, 3 y 4 eran delincuentes de poca monta, que se dedicaban exclusivamente a hacer daño: lastimar, amedrentar, matar. No mucho más. Los robos solo eran una actividad complementaria, jamás principal. Sus acciones eran más bien limitadas.
Los cuatro manejaban armas y golpeaban fuerte. En algún momento soñaron con ser karatekas o campeones de kick boxing. Debutaron como patovicas en algún boliche del conurbano bonaerense y fueron reclutados por el Doctor 0 para armar un grupo de choque. El Doctor 0 tenía tan buen ojo como un excelente cazatalentos de futbolistas. Sabía encontrar al salvaje obediente detrás de una montaña de músculos.
Los cuatro tipos pasaban gran parte del día en el gimnasio, del que salían solo para trabajar, es decir, lastimar, amedrentar, matar. Cuando el Doctor 0 les dijo que debían ir hasta el barrio de Villa Soldati para anular a un tipo que los había traicionado, no necesitaron más aclaración: a un traidor se lo caga a trompadas antes de liquidarlo.
No les gustaba fracasar, se autoexigían mucho. Cuando un trabajo les quedaba por la mitad, estaban dispuestos a rogar al Doctor 0 para que los dejara terminar la faena. Esta vez, no solo querían finiquitarla, también deseaban venganza. Al traidor había que agregarle el chino karateca (a pesar de que dos de ellos habían estudiado karate, no diferenciaban un golpe de karate de uno de kung-fú).
El Doctor 0 les pidió paciencia, unos días, hasta que el jefe decidiera actuar. El lunes a la una y media de la tarde dio la venia y los cuatro se subieron satisfechos al Audi y aceleraron hacia la zona sur de la ciudad. No les molestaba haber dejado sin comer unas mollejas que habían pedido en la parrilla de la esquina del gimnasio.
Esta vez detuvieron el auto en la puerta del supermercado. 3 y 4 dispararon al chino karateca que estaba en la caja. Una china fue hacia el cuerpo tendido del chino karateka. 1 y 2 se dirigieron el fondo mientras se oían gritos y aullidos. Tras entrar en el depósito, revisaron todos los ambientes sin encontrar al traidor. Apareció otro chino con un cuchillo que se abalanzó sobre 3, que a su vez le metió un tiro en la cara, mientras 2 lo remataba con tres disparos. Volvieron al negocio, donde todo el mundo había desaparecido, salvo la china, que lloraba abrazada al karateca. Ni se les ocurrió preguntar dónde estaba el traidor. Nadie les había indicado que hicieran eso. Se limitaron a tomar el CPU donde se grababan las cámaras de seguridad. El Doctor 0 les había pedido que se lo llevaran a él. No habían pasado tres minutos desde que habían estacionado el auto, cuando volvieron a subirse y arrancaron rumbo al estudio del Doctor 0. Después pasarían por la parrilla para pedir unas porciones de mollejas tiernas recién hechas.