Los lunes, la práctica de fútbol se limitaba a unos partidos informales, sin que Rivero diera muchas indicaciones. Se armaban los equipos y simplemente jugaban. Rivero había decidido hacer dos combinados mezclando a los chicos de la categoría de Dientes con los del Peque. Los amigos habían quedado enfrentados, algo que era bastante habitual cuando jugaban a la pelota en una plaza o un parque. Jonathan, el chico nuevo, estaba en el equipo del Peque. Jugaba bien, sabía manejar la pelota y era encarador.
Dientes pensaba que quien iba a jugar contra él no estaba en ese partido. Debían de tenerlo concentrado, como a los futbolistas antes de un match importante. A él, por ser el nuevo, lo tiraban al bombo. No le importaba, sabía que hubiera podido ganar igual. Superchica tenía razón en lo que había dicho de Rivero, pero a él le hubiera gustado competir y vencer a su rival. Sin embargo, ahora que sabía que Superchica lo iba a cuidar, le gustaba más la idea de ser un héroe, de ver a Rivero castigado por las muertes de los otros pibes.
Cuando terminaron la práctica fueron todos al bar a comprar una Coca-Cola grande. Juntaron la plata y le pidieron la gaseosa al tipo nuevo que atendía el bar. A nadie le gustaba el reemplazante de Rafael. No les regalaba una papa frita ni que los viera desfallecer de hambre. Además tenía siempre cara de culo.
Dientes tomó un largo trago de Coca. No había terminado de eructar, cuando vio que Rivero lo llamó aparte. Fue hacia él.
—Campeón, hay cambio de planes. La competencia se hace hoy.
—¿No era mañana?
—Por eso te digo. Cambiamos el día. Mañana está anunciado lluvia y no queremos que se resfríen. ¿Tu vieja está en la casa?
—No, en el hospital con mi abuela que está enferma.
—¿Tiene celular?
—Sí.
—Llamala y decile que te surgió la posibilidad de jugar un partido en la cancha de River. Que después la gente del club te lleva en auto a tu casa.
Rivero le ofreció el celular y a Dientes no le quedó otra que llamar a su madre y repetir la excusa que había inventado Rivero. Hablaba con su madre, pero pensaba en Superchica. Ella iba a estar recién al día siguiente para cuidarlo. A pesar de que todo ese tiempo había querido saltar en las vías, ahora ya no quería. No, no quería saltar. Pero no podía echarse atrás. Superchica no lo perdonaría si se mostraba cobarde. Tenía que ir igual, con todo el miedo encima.
Para colmo, Rivero no lo dejaba ni un momento a solas. Había llamado a uno del equipo contrario, a Jonathan, y le había dicho lo mismo. Así que contra él iba a competir. Era más alto y parecía más rápido. Vio al Peque a lo lejos, que lo esperaba para volver juntos a la casa.
—Rivero, ¿puedo ir al baño?
—Dale, pero apurate.
Dientes fue hacia el baño y en el camino le hizo un gesto al Peque para que fuera él también.
—Cambio de planes. Hoy se hace la competencia. Juego contra Jonathan.
—Me imaginé que era Jonathan. ¿Cómo hoy? Superchica nos espera mañana. Hoy no va a haber nadie para atrapar a Rivero.
—Por eso, Peque, el éxito del superequipo depende de vos. Tenés que avisarle a Superchica que hoy voy a estar en la vía.
—¿Y cómo hago para avisarle?
—Ah, ni idea.