V

Verónica se quedó todo el fin de semana en el departamento. Empezó a escribir parte del artículo. Eso le servía también para ordenar la información con que contaba. Rafael salió algunas veces a caminar por el barrio. Seguramente, quería dejarla sola para que pudiera escribir tranquila. Sin embargo, almorzaron y cenaron juntos tanto el sábado como el domingo. Incluso dos de esas comidas las preparó él: unos espaguetis con una salsa a base de tomate y atún, y un risotto con azafrán y pedacitos de salamín y arvejas.

Ella no estaba acostumbrada a compartir su departamento con nadie. Menos con un desconocido. Sin embargo, Rafael tenía una manera de actuar que la hacía sentir cómoda. No le molestaba su presencia y le gustaba interrumpir el trabajo de escritura para tomar un café con él y charlar. En esos dos días Rafael le contó su vida. Su relación con Andrea, la caída en la merca y el alcohol, las dificultades para recuperarse, el aguante de su madre, el trabajo en Brisas de Primavera, su amor por Martina. Verónica recordó lo que había escuchado cuando él llamó por teléfono a su mujer.

—¿Y a Andrea la querés todavía?

—Nunca la dejé de querer. Cuanto más bajo caía, más sentía que seguía queriéndola. Y ahora que estoy bien, lo único que deseo es volver con ella.

Verónica sintió envidia de Andrea.

No quería pensar en Lucio. Tenía que hacerse a la idea de que lo ocurrido la otra noche había sido el final entre ellos. Que ya nada los unía física, afectiva o emocionalmente. No debía gastar ni media neurona en el maquinista degenerado. Sus amigas se iban a alegrar cuando se enterasen de que estaba totalmente soltera, aunque una mujer con un amante casado técnicamente está siempre soltera. Era paradójico que el primer fin de semana que compartía con un hombre en mucho tiempo fuera con alguien a quien no la unía nada sexual. Pero se sentía tan vulnerable que, si Rafael la apuraba un poco, no estaba segura de mantenerse muy íntegra en su papel de mujer protectora. Ya había hecho un desastre con el padre Pedro. Mejor que se diera una ducha de agua fría. Y que no dejara la puerta del baño entreabierta.

Cenaron como un casto matrimonio, en la mesa del living comedor con la tele encendida. Los domingos no había mucho para ver y estaban mirando Dirty Dancing doblada al español. Ella había visto muchas veces esa película y se sorprendió cuando Rafael le dijo que no la conocía. Los interrumpió el sonido del celular de Verónica. No podía imaginar quién podía llamarla a esas horas de una noche de domingo. Para colmo, no aparecía el número de teléfono, sino el mensaje «número desconocido».

—¿Verónica Rosenthal?

Era la voz de un hombre que no le resultó nada familiar.

—Soy yo.

—Habla García, Verónica. Juan García. Me parece que vos y yo tenemos que vernos y hablar.

El tono era el de un amigo cariñoso que uno tenía abandonado y que llamaba para hacernos notar nuestra falta.