IV

Dientes y el Peque habían hecho un pacto. No iban a gastar la plata de Superchica (así habían bautizado a Verónica) hasta que no pasara el día martes. Después sí, el miércoles irían por el barrio dilapidando sus billetes. Para entonces Rivero estaría en la cárcel y a ellos tal vez les dieran una medalla, o más plata. O una medalla que podían llegar a vender al tipo que compraba metales.

El Peque no quería quedarse afuera del superequipo que habían armado y que hasta donde sabían lo integraban Superchica, Rafael y ellos dos. El Peque sabía que desde la casa no iba a poder hacer mucho, así que decidió volver a los entrenamientos de fútbol en el club Brisas. Rivero se mostró sorprendido cuando el viernes lo vio llegar en compañía de Dientes. Pero no le importó que se pusiera a jugar a la pelota con los otros chicos, que estaban contentísimos con su regreso. Cuando los otros estaban lejos, Rivero le preguntó:

—¿Te animás a saltar contra Dientes? Porque si Dientes gana, pasa a la próxima vuelta y ahí puede jugar contra vos.

—Yo me animo a lo que sea —contestó, y Rivero lo palmeó feliz.

Lo cierto era que el Peque no quería saber nada de ponerse frente a un tren. No pensaba llegar a ese punto. Él estaba ahí para ver lo que pasaba en el club. Se sentía un espía en territorio enemigo. Debía mirar, escuchar y guardar todo en su memoria para contárselo a Superchica. Ella se iba a poner contenta si le llevaba buena información y lo iba a felicitar por lo bien que hacía su trabajo. No le importaba la plata que le había dado. Él se conformaba con que Superchica lo dejara formar parte del superequipo.