Verónica había decidido que lo más práctico era que Rafael se quedara en su departamento hasta que Rivero y compañía cayeran presos. Le pidió prestado un colchón al portero. Marcelo le bajó uno de su departamento e insistió en acomodarlo él mismo. Conociendo a Marcelo, Verónica se daba cuenta de que, en realidad, él quería observar más detenidamente a Rafael. Por lo visto no le causó buena impresión, porque cuando Verónica lo acompañó a la puerta le preguntó:
—¿Estás segura de lo que estás haciendo?
Ella también resolvió el tema de la ropa. Fue hasta la avenida Córdoba, a la altura de los outlets, y le compró un jean, dos remeras, un buzo, tres boxers y tres pares de medias. Pasó por el supermercado, superó su fobia a hacer compras grandes de comida y realizó un envío de bebidas sin alcohol, unas cervezas, panes, papas fritas, fiambres diversos, hamburguesas, galletas de agua, yogures, manzanas, mandarinas, arroz y algunos congelados precocidos. También llevó crema de afeitar, unas afeitadoras descartables y un cepillo de dientes.
Verónica temía que Rafael se sintiera incómodo con todo lo que había comprado, especialmente por la ropa. Así que cuando llegó al departamento acomodó discretamente los alimentos en la cocina y dejó las prendas en un costado del living. A Rafael le dijo como al pasar que en las bolsas había ropa para él, pero no le aclaró que era nueva. Para cambiar rápidamente de tema, le dio una copia de las llaves del departamento. Le pidió que ni por casualidad se acercara a la zona sur de la ciudad. Que tratara de no encontrarse con nadie. Si necesitaba algo más, ella lo iba a conseguir.
Rafael había podido recargar su celular con un cable que ella tenía. Mientras Verónica preparaba café, oyó cómo él llamaba a la que debía de ser su mujer. Intentó no escuchar la conversación, pero igual oyó cuando Rafael le decía a su mujer que la quería. En ese momento comenzó a sonar la cafetera italiana y Verónica volvió a concentrarse en lo suyo.
Federico la llamó para decirle que tenía la grabación de las cámaras de seguridad del supermercado chino.
—Se ve a cuatro tipos en un auto primero y pegándole a alguien después. El chino sí que sabe pelear. Me recordó a Kill Bill.
—¿Los matones se pueden reconocer?
—Se los ve bastante bien. Hice capturas de sus rostros, pero yo no esperaría mucho por ese lado. Va a ser difícil que los ubiquemos. Tampoco quise mover demasiado el avispero en la Federal. No creo que sea conveniente que sepan que buscamos a cuatro delincuentes sin que nosotros estemos al tanto de quién está encima de todo esto.
—Fede, me tenés que ayudar en la parte más complicada de todo este asunto.
—Shoot me.
—El martes van a llevar otra vez a dos chicos a las vías. Sabemos que será en alguna parte del recorrido del ferrocarril Sarmiento y que será de noche.
—O sea que tenemos un margen de error de cuatro horas y unos cuarenta kilómetros. Vos sí que la hacés fácil.
—Digamos tres horas y veinticinco kilómetros, teniendo en cuenta que no va a ser a la altura de Once. Hay algo más. A estos tipos hay que agarrarlos con las manos en la masa. Es la única forma de que nos aseguremos de que vayan presos. Tengo testigos como Rafael y, llegado el caso, a dos chicos a quienes hicieron participar. En realidad, uno es el que debería saltar el martes.
—¿Y no lo va a hacer?
—Ese es el punto. A ese chico hay que darle protección.
—A ese chico hay que darle una medalla. Tenés un infiltrado en la organización delictiva. Te llamo cuando tenga todo.
A última hora de ese viernes, Verónica fue a la redacción de la revista. Habló con Patricia. Le dijo que tenía muy avanzada la investigación de los trenes. Que no podía contarle los detalles, pero que tenía muy buena data. Que fuera a pelear con el director la nota de tapa del número siguiente.
Federico la llamó cuando ya había dejado la redacción y regresaba al departamento.
—Listo, Vero, todo arreglado.
—No esperaba menos.
—Teniendo en cuenta lo que le pasó a tu inquilino, ir a la Policía Federal no parece una gran idea.
—Y no lo hiciste, por supuesto.
—Hay comisarios amigos de tu viejo que nos podrían dar una mano. Pero aprovechando que soy joven y creativo, dejé los contactos de tu padre y fui con los míos. Como ese tal García se mueve en el ámbito de la ciudad, recurrí a organismos nacionales donde es más difícil que el tipo tenga algún tipo de banca. Hay un Consejo de la Niñez que trabaja muy bien, incluso cuenta con asistencia policial. Hablé con uno de los responsables. Es un abogado que fue profesor mío en la UCA. Armamos una estrategia que consiste en tener personal policial de manera discreta en algunos puntos del recorrido que se preste a este tipo de actividad. Se supone que esas patrullas no deberían tardar más de seis minutos en llegar a cualquier parte del ferrocarril.
—¿Y el chico?
—Necesito saber dónde vive y el martes ponemos una guardia para seguirlo. Si hubiera una foto nos ayudaría mucho, pero si no, la conseguimos en el fin de semana. ¿Viven ahí otros chicos de su edad?
—Hay otro.
—Fotografiamos a los dos mañana y te mando la foto para que me digas cuál es.
—¿Necesitás algo más?
—Facilitaría ubicar el lugar donde va a ser la competencia.