V

Se había puesto un trajecito sastre. No era el tipo de ropa que prefería usar, pero cada tanto le gustaba disfrazarse de joven formal, una secretaria o una ejecutiva prometedora. Había conseguido una entrevista con el abogado Roberto Palma, subsecretario de Vivienda y Planificación del Gobierno de la Ciudad.

No le había costado averiguar que ese Iriarte que aparecía en las negociaciones con la madre de Vicen era un asesor de Palma. Le había escrito un email a Rodolfo Corso preguntándole si los nombres de Rivero, Iriarte y Palma le sonaban de su investigación periodística sobre la trata de mujeres en Misiones. Rodolfo le respondió:

«Estimada Vero:

»Veo que seguís tras los pasos de Juan García. Es una lástima que esto sea una investigación periodística y no un juego de lotería porque podrías gritar ¡bingo! Los tres tipos tienen que ver con nuestro amigo. Rivero era un matón de segunda categoría con un prontuario importante (aunque tal vez esté limpio en Tribunales, vos viste cómo es la justicia argentina). En realidad, no sé a qué Rivero hacés referencia, porque eran dos hermanos. Igualmente, los dos eran matones de García.

»Iriarte en esa época era casi un pibe. Muy prometedor como mafioso. Tenía un defecto: le gustaba pegar a las mujeres y había tenido alguna denuncia que no llegué a chequear en su momento.

»El benemérito doctor Palma no trabajaba en la municipalidad, sino en el gobierno provincial. Tenía un cargo burocrático, que no recuerdo. Pero su actividad destacada era otra. Fue el abogado defensor de García en el juicio que se le llevó adelante por trata de mujeres. Le fue tan bien que trasladó parte de su estudio y se mudó a Buenos Aires. Ahora es secretario de no sé qué pindonga en el Gobierno de la Ciudad.

»Espero ver mi nombre en los agradecimientos cuando publiques tu primer libro de crónicas».

Había pedido una entrevista con el subsecretario Palma en su oficina de prensa. Cuando le preguntaron la razón, dijo que quería hacerle una nota por el plan de erradicación de villas. Hacía rato que el Gobierno de la Ciudad quería sacarse de encima las villas que estaban ubicadas en terrenos que valían oro. La intención era echar a la gente que vivía allí y construir en esos terrenos edificios de oficinas y departamentos caros. Esta última parte no la promocionaban, pero bastaba ver a los protagonistas de la propuesta y a los lobbistas que estaban haciendo presión, para descubrir el verdadero fin de esos terrenos. Palma había aparecido dando entrevistas en las que se jactaba de ofrecer a la gente de la villa un mejor nivel de vida fuera de ella. Le daba nota a cualquier medio. Y Verónica, con la excusa del cierre del próximo número de Nuestro Tiempo, había conseguido la cita para esa misma tarde.

Palma la hizo pasar a su enorme despacho, desde donde se podía observar la Plaza de Mayo y la Casa Rosada de fondo. Le ofreció café y Verónica aceptó un vaso de agua.

—¿Cómo anda Nuestro Tiempo?

Palma deslizó un par de comentarios sobre la revista para mostrarle que la leía. Se cuidó mucho de decir que no compartía la línea ideológica de la publicación. Verónica comenzó a preguntarle sobre el plan de erradicación de villas. El subsecretario daba respuestas que parecían escritas para un folleto publicitario. Si Verónica hubiera querido, podría haberlo acorralado por la suma de lugares comunes. No había que ser un gran periodista para hacerle aflorar a Palma las contradicciones de su plan. Hubiera bastado un periodista curioso. Pero ella no estaba ahí por eso. Cuando vio que Palma se estaba quedando sin mucho para decir, decidió ir por aquello que la había llevado a ese despacho.

—Dígame, Palma, ¿qué lugar ocupa en la subsecretaría Ernesto Iriarte?

El funcionario pestañeó varias veces antes de responder:

—Es un asesor de esta cartera.

—Asesor suyo.

—De la subsecretaría, sí, por supuesto que mío también. Soy el subsecretario.

Verónica hizo como si consultara sus notas, pero tenía en la cabeza cada dato y cada nombre.

—Iriarte ofrece viviendas a gente en situación de emergencia.

—Bueno, muchas veces actúa de mediador entre las familias y la subsecretaría.

—Entiendo. Pero acá tengo un dato que no termino de comprender. Ofreció una vivienda a Carmen Garamona de Villa Oculta.

—No conozco el caso en particular, pero es parte de su función. Sacamos gente de las villas y le ofrecemos viviendas dignas para que vivan con su familia.

—Ajá. Ayúdeme, Palma: lo que me hace ruido es que a la señora Garamona le ofrecieran una vivienda en el Chaco como compensación de que su hijo fue arrollado por un tren en Haedo.

—Como ya le dije, Verónica, nosotros ofrecemos viviendas. Tenemos acuerdos con provincias para personas que quieren volver a su lugar de origen.

—Una buena medida para disminuir la inmigración desde el interior.

—Puede verse así. No veo el problema.

—Y también ofrecen dinero en efectivo. Porque usted autorizó un pago de siete mil pesos para la mujer.

—Mire, si vemos caso por caso va a encontrar que ayudamos a la gente de muchas maneras.

—Seguramente ayudaron a muchas familias que perdieron a sus hijos bajo las ruedas de los trenes. Casi le diría que el Gobierno de la Ciudad tendría que abrir una oficina exclusivamente para eso.

—No entiendo lo que quiere decir, ni qué pretende.

—Qué pretendo yo de usted. Palma, me recuerda a Isabel Sarli.

—Le estoy contestando seriamente a sus preguntas, que me resultan inconsistentes y fuera de lugar. Terminemos acá.

—No se enoje. Un par de preguntas más y le prometo que terminamos.

Palma se había puesto colorado y golpeteaba con su mano el escritorio. Estaba a punto de echarla de su despacho, pero seguramente podía soportar dos preguntas más.

—¿Sigue en contacto con los hermanos Rivero?

—No conozco a ningún Rivero. Su última pregunta, por favor.

—No, mejor no se la hago. Le iba a preguntar si veía seguido a Juan García, pero me va a decir que no lo conoce. Que tenga buen día, Palma.