Llegó a la casa unas tres horas después de la charla con el Peque. Fue directamente al departamento donde vivía la familia de Dientes. Golpeó un buen rato, pero nadie apareció. Del departamento en el que había vivido hacía ya tanto tiempo se asomó su madre. Rafael se acercó tratando de parecer natural y para nada alterado, pero no debía de conseguirlo porque ella lo miraba con preocupación. Le dijo que buscaba a la mamá de Dientes porque tenía que contarle algo del club donde el chico jugaba.
—Entonces no va a poder ser hasta dentro de un buen rato. La abuela de Dientes se descompuso y la llevaron al hospital. Me imagino que Rosa volverá para la hora de la cena.
Su madre le hablaba observándolo con detenimiento. Era la segunda vez que aparecía en el día y eso no le resultaba para nada normal, pero no se animó a averiguar nada más. Rafael le preguntó por Martina. Ya se había ido a la escuela.
—Bueno, decile a Andrea que…
¿Decirle qué? ¿Que la quería, que cuidara de Martina, que quería volver con ella? ¿Qué de todas esas cosas podía decirle por intermedio de su madre?
—No, no les digas nada. Mejor la llamo por teléfono.
Caminó sin rumbo un par de horas. Pensó en volver a la casa para ver si había regresado la madre de Dientes, pero la idea de que su propia madre se preocupara por él, o de que tuviera que darle más explicaciones, lo hizo desistir. Iría a la noche. Además, por entonces ya estaría Andrea y con ella sí podía compartir lo que sucedía.
A esa hora, en el club ya se habrían resignado a su ausencia. Ni siquiera podía ir y hacerse el tonto. Se sentía agotado. Fue hacia la pensión donde estaba viviendo. Pasó por delante del supermercado de Julián, pero no tenía fuerzas para contarle las novedades de las últimas horas. Se metió en su habitación y se tiró en la cama. Se preguntó qué estaría haciendo la policía con la información que él les había pasado. Si iba a haber detenciones. ¿Cómo tendría que actuar si en los próximos días no había novedades? Estaba tan cansado que a pesar suyo se quedó dormido.
Cuando se despertó había comenzado a oscurecer. Salió de la habitación y fue hasta el baño compartido para mear y lavarse la cara. Necesitaba estar bien despierto. Todavía era temprano para ir a la casa de Dientes. Se sentía ansioso, con los nervios alterados. Necesitaba al menos tomar algo. Una cerveza, aunque más no fuera una cerveza. Se compraría dos, una sin alcohol y otra común. Tomaría la sin alcohol primero y, si le resultaba suficiente para engañar a su cuerpo, dejaría la cerveza normal en la puerta del vecino. Un regalo que no iba a esperar.
Cuando bajó para ir al supermercado ya era de noche. Caminó unos pasos hacia allí. No los vio llegar. Iba distraído calculando que ya no tenía tanto tiempo para ir a la casa de Dientes. Que debía apurarse en tomar la cerveza sin alcohol o las dos y salir rápido para la casa. No los vio venir y entonces no se pudo defender. El primer golpe lo recibió en la boca del estómago. En un instante estaba rodeado de varios tipos. Uno de ellos lo golpeó con la rodilla en el muslo y otro le metió una trompada en la cara que apenas pudo esquivar. Sin embargo, el dolor de la pierna y la falta de aire lo tiraron al piso. No podía ver quiénes le pegaban. Eran solo brazos, piernas, una boca que decía:
—Andá a denunciar esto a la policía, hijo de puta.
Le llovían patadas en todas las partes de su cuerpo. Sintió que se ahogaba con su propia sangre y que apenas veía por un ojo. Fue en ese momento que le pareció sentir el percutor de un revólver. No atinó siquiera a cerrar el ojo que le quedaba sano. Pero el ruido del disparo no llegó. Las piernas lo seguían pateando, pero cada vez menos. Alguien más había entrado en la pelea y no estaba contra él. Alguien lo defendía, pegándoles a los otros. Tal vez lo estaba soñando. Antes de perder la conciencia, vio a Julián repartiendo patadas contra todos los tipos. Y parecía estar ganando la pelea.