VII

Se sentía mareado, como aquellos primeros días en los que había dejado de consumir merca y el mundo le parecía como algo ajeno, que no lo contenía. Acompañó al Peque hasta la casa. Le dio un abrazo y le prometió que nadie le iba a hacer daño ni a él, ni a Dientes, ni a nadie. Llamó a la puerta del departamento de su mujer y apareció Martina. Le dijo que pasaba por ahí y que le había comprado algunas cosas. La abuela de Martina, su propia madre, lo invitó a pasar, pero él no quiso. Salió de la casa y seguía perdido como unos minutos antes, cuando todas sus sospechas se habían convertido en certezas.

Rivero usaba a los chicos para un juego criminal.

Rivero era un asesino.

Rivero tenía cómplices.

Dientes estaba en peligro, como cada chico que jugaba en Brisas.

A esa hora Rafael tenía que entrar a trabajar, pero no fue al club. Ya no podía volver y seguir atendiendo el bar. Su último día ahí había sido el anterior. Ya no iba a regresar a Brisas.

En cambio se dirigió hacia el supermercado de su amigo Julián. A pesar de que había mucha gente, le dijo que necesitaba hablar con él. Debía de notársele en la cara que algo terrible ocurría, porque Julián no dudó en dejar la caja en manos de su esposa e ir con él al bar de la esquina.

—¿Pasó algo con Martina o con tu exmujer? —preguntó Julián apenas cruzaron el umbral del súper.

Cuando llegaron al bar, Rafael ya le había contado casi todo: sus sospechas, lo que le había dicho el Peque. La muerte de Vicen, el terror del Peque, el peligro que corría Dientes y tal vez el chico que él mismo había acercado al club.

—¿Y qué vas hacer? —le preguntó Julián mientras se acomodaban en una mesa del café alejada del resto de los parroquianos.

Rafael le contestó inmediatamente, como si ya hubiera tomado una decisión definitiva e inmodificable.

—Denunciarlos. Ese tipo y sus socios tienen que estar presos.

—No conozco todas las costumbres argentinas, pero ¿no es peligroso hacer eso?

—Alguien tiene que hacerlo.

Y ese alguien era él.

Fue caminando hasta la comisaría. Había varias personas delante. Cuando le tocó el turno de ser atendido, dijo que iba a poner una denuncia. El policía del mostrador le preguntó si era por robo, desaparición de persona o amenazas de un tercero. Rafael le dijo que quería denunciar a una persona que era la responsable de la muerte de un chico o de varios. El policía lo miró unos segundos y movió afirmativamente la cabeza como si estuviera pensando qué decirle. Le pidió (o le ordenó) que esperase, que ya lo iban a llamar. Después de media hora, en la que atendieron a algunos que llegaron después de él, un oficial lo hizo pasar a un escritorio. Tuvo que darle el documento y los datos de donde vivía, oficio y estado civil para que el policía llenara una ficha. Con la misma indiferencia que le había preguntado la dirección de residencia, lo interrogó por la razón de su denuncia. Rafael le dijo que trabajaba en el club Brisas y que había descubierto que el entrenador usaba a los chicos para una competencia en las vías del tren Sarmiento, y que eso había provocado por lo menos la muerte de un chico hacía unos pocos días. El policía volvió a mover la cabeza como si estuviera pensando y con amabilidad le dijo que esperase unos segundos. Regresó en unos pocos minutos y le pidió que lo acompañara. Cruzó la comisaría hasta llegar a una oficina. El policía le pasó los papeles de su ficha a una persona de civil que estaba sentada detrás del escritorio y que se puso de pie para darle la mano a Rafael.

—Soy el comisario Carabel, tome asiento por favor.

Rafael volvió a repetir lo que le había dicho al oficial. Agregó todo lo que sabía sobre Rivero y la próxima competencia. Después calló. Ya no tenía más nada para decir. Ahora el comisario conocía todo sobre la actividad criminal de Rivero.

—¿Usted se da cuenta de que está denunciando a una asociación delictiva que parece muy peligrosa?

—Me imagino que sí, que son peligrosos.

—Le agradezco muchísimo la valentía que usted ha mostrado. La mayoría de la gente prefiere mirar para otro lado, hacerse la boluda. El famoso no te metás.

Se hizo un silencio como para remarcar más las palabras admirativas del comisario. Luego continuó:

—Lo que tampoco me gustaría es que su vida corriera peligro. Mire, usted me dio muy buenos datos como para que avancemos con esto. Yo prefiero por seguridad que la denuncia sea anónima. Así que si le parece rompo esta ficha con sus datos y actuamos de oficio. Los efectos sobre este grupo delictivo van a ser los mismos.

Rafael estuvo de acuerdo y el comisario rompió la ficha. Tiró los restos en la papelera y le dio la mano a la vez que le volvió a agradecer su actitud comprometida con la sociedad. Esas fueron sus palabras.

Rafael salió de la comisaría con la sensación de que había hecho algo importante. Ahora debía volver a la casa para hablar con la madre de Dientes.