VI

Fue cuatro días más tarde de que estuviera la periodista por el club, cuando apareció Dientes a entrenar en el equipo. Rafael se sorprendió al verlo pasar hacia la cancha y ponerse a las órdenes de Rivero. ¿Qué hacía el amigo del Peque en el club? O, en todo caso, ¿por qué no había ido cuando el Peque era jugador de Brisas? Le hubiera gustado acercarse, hablar con él, pero temía que ese gesto fuera mal visto por Rivero. Sobre todo porque era evidente que los ánimos estaban caldeados. Rivero le había preguntado por la periodista y él le contestó que casi no había hablado con ella. Si Rivero le creyó o no, era lo de menos. El clima en el club se había alterado y Rafael no quería llamar la atención.

Esa tarde lo vio a Dientes corriendo a la par de los otros futbolistas. Dientes se acercó al bar con sus compañeros para tomar una Coca, pero Rafael no dijo nada. Decidió ir a la mañana siguiente a la casa de los chicos.

Le resultaba raro ir hasta ahí sin pensar que iba a visitar a Martina. Se acercó a la puerta de la casa y se quedó unos minutos esperando ver aparecer a Dientes o al Peque. Tomó valor y abrió la puerta de calle que siempre estaba sin llave. Pasó al patio y tampoco vio a nadie. Fue hacia la escalera y subió a la terraza. Ahí estaba el Peque. Esta vez el chico no lo miró con la cara de terror de la última vez. Era algo a favor.

—Peque, ¿me acompañás al chino que quiero comprar unos postrecitos para Martina y no tengo idea de qué llevar?

Salieron juntos sin cruzarse con nadie. Caminaron hasta el negocio de Julián, que estaba atendiendo la caja y lo saludó con un gesto ampuloso. El Peque eligió postres, gelatinas, flanes, madalenas, galletitas rellenas. De cada producto, Rafael separó uno para el Peque y lo puso en una bolsa aparte. El Peque saltaba de contento con su bolsa. Recién cuando estuvieron de nuevo en la calle, Rafael sacó el tema de Brisas.

—Tus amigos del club te extrañan.

—Yo ya le dije a Rivero que no iba a volver. ¿Él te mandó a buscarme?

—Él no me mandó. Nada que ver.

—Yo no quiero jugar más.

—Dientes está yendo.

El Peque no respondió. Caminaba concentrado en las baldosas de la vereda como si le fuera la vida en contarlas o en no pisar las líneas. Rafael decidió ser más directo.

—Peque, yo no sé por qué dejaste de ir al club. Tampoco sé por qué tenés tanto miedo. Dejaste de venir justo cuando murió Vicen y la verdad es que no sé si una cosa tiene que ver con la otra. Pero lo que me preocupa es que ahora vaya Dientes y termine aterrado como vos. O que a cualquier chico del club le pase algo malo.

—Yo no tengo nada que ver.

Era tan chico, tan débil ante el mundo de los adultos, tan necesitado de protección. Rafael pensó en abrazarlo. Hacerle sentir que estaba seguro. No había razón para que viviera con ese miedo.

—Peque, vos sos chico para entender algunas cosas, pero cada día que pasa me siento más responsable de que Martina esté bien. Y tampoco quiero que a ustedes dos les pase algo. Confiá en mí como si fuera también tu papá.

Sin sacar la vista de las baldosas, el Peque le dijo:

—Es que si le cuento a alguien, me van a matar o voy a ir preso.

Rafael se puso en cuclillas para quedar a la altura del Peque. Le tomó suavemente la cara para que lo mirase a los ojos.

—Peque, nadie te va a hacer nada malo. Te lo prometo. Lo mejor es que me cuentes a mí.

—Yo solo quería ganarme cien pesos.