Había conseguido convencer a Paula para que se encontrara con ella para charlar. Necesitaba hablar con alguien sobre lo que venía sucediendo con Lucio. La única condición de Paula fue no ir a Martataka, sino a algún bar más tranquilo y que el único alcohol fuera un vino blanco. Estaba con resaca de una fiesta a la que había ido la noche anterior.
Quedaron en verse en Barman y Robin, un boliche pequeño de Las Cañitas que todavía no contaba con mucho público. Paula hizo un somero racconto de la fiesta en la que había estado. Ninguna de las dos estaba demasiado interesada en los detalles, así que el resumen terminó pronto, antes de que vaciaran la primera copa de vino.
Más tiempo le llevó a Verónica contar los vericuetos de su relación con Lucio.
—Son los gajes, ya lo sé. Pero, bueno, había muy buena onda entre los dos, y sí, yo quería con él. Nos buscamos, nos encontramos. Después su silencio, su histeria de hombre casado con niños. Todo esto yo debería saberlo de sobra, pero no. No te imaginás mi sorpresa, en realidad la furia que me da cuando se queda en silencio.
—Vero, si te escucharas a vos misma encontrarías todas las respuestas.
—No te pongas en Dalai Lama y no me hables con aforismos.
—A ver si me explico. ¿Leíste a Lorrie Moore?
—Algo.
—Bien. Tiene un cuento que tenés que leer. Se llama «Cómo ser una otra mujer» y está en el libro Autoayuda. Es la historia de una chica como vos que se mete con un tipo como él. Mejor dicho, el tipo tuyo parece más interesante.
—Gracias.
—No hay margen con los tipos casados. Son como un libro de la biblioteca pública. Por mucho que te guste, tarde o temprano tenés que devolverlo.
—Es que tampoco me quiero quedar con el libro. Solo quiero que tenga la letra clara.
—En el fondo te lo querés quedar.
—Ah, bueh, ahora te ponés freudiana.
—El tipo casado siempre es un histérico. Exige que estés atenta todo el tiempo de su vida, de su mujer, de sus hijos. Si el menor tiene fiebre, no te puede ver. Si la mujer cumple años tampoco. Terminás sabiendo hasta qué día cumple años la suegra.
—El 8 de octubre.
—¿En serio?
—No, boluda, es un chiste.
—Pero el juego del hombre casado es tan perverso que si bien sabés el cumpleaños de su suegra, los parásitos del perro y que le faltó la muchacha de la limpieza, en realidad no sabés nada de su vida. Nada esencial.
—Entiendo que yo no estoy al tanto de su vida, en nuestra relación hay ciertos filtros clave que me impiden saber o dimensionar lo complicado que puede estar él, o probable y simplemente que no tiene ganas de estar conmigo. Estas cosas no las sé a menos que él me las diga.
—Y no te las dice.
—Se queda ahí, callado.
—¿Ves? Al menos espero que tengas buen sexo con él, porque un tipo casado solo puede servir para coger, si no se tiene nada mejor a mano. Cualquier otra expectativa es un delirio.
—Pau, creo que te odio.
—Lo mío no es un consejo, es un diagnóstico: dejalo antes de que sientas que perdiste una parte importante de tu vida.
Esa misma noche, Verónica escribió una larga carta dirigida a Lucio. Un email, si Lucio usara correo electrónico. La guardó en la carpeta de borradores y se sintió aliviada a pesar de que sabía que nunca se la enviaría. Se durmió imaginando el cuerpo de Lucio ilustrado por ella con una aguja de hacer tatuajes. Se vio escribiendo en el cuerpo de él una carta de amor, mientras la piel de su hombre comenzaba a afiebrarse y sangrar con el dolor.