VI

Rivero tenía la costumbre de dejarse el celular en la mesa del bar, a veces en la barra. Si se ponía a sonar, Rafael dejaba lo que estuviera haciendo y se apuraba para acercárselo a la cancha donde entrenaba a los pibes. No era la primera vez que ocurría, pero sí fue la primera vez en que Rafael intentó recordar quién era el que llamaba. Ahí estaba el celular sonando frente a sus ojos sobre la barra del bar. Vio que en la pantalla decía simplemente «García». Seis letras que para él, todavía, no tenían ningún significado.

Tomó el celular y fue a donde estaba Rivero. Acababa el entrenamiento y el técnico venía justamente hacia el bar. Le agradeció con un gesto y atendió. Como ahora los dos caminaban en el mismo sentido, Rafael podía escuchar lo que Rivero decía. «Complicado… no conseguí nada todavía… vamos a llegar… la vieja y los pibes no se quieren rajar de ahí… no, está muy quemado… está bien, como vos digas…».

Rivero fue hacia una mesa del bar y se acomodó. Rafael se alejó y ya no pudo escuchar más. Se apuró a prepararle un fernet con cola y se lo llevó a la mesa justo cuando cortaba. A Rivero el enojo se le notaba en el rostro.

—Che, ¿vos empezaste a buscar pibes?

—Este sábado voy a la Plaza Calabria.

—No te duermas.

—Vamos a ver qué hay.

—Mejor que traigas algo. Estamos tapados de mierda. Y si la mierda nos tapa, nos ahogamos todos. Vos también.