Dientes pasó gran parte de esa mañana en la terraza, solo. Se había sentado contra la pared y torturaba con indiferencia a unas hormigas que arrastraban pedacitos de hojas. Le comenzaba a molestar el sol. El aburrimiento le subía de los pies y las manos a la cabeza. Se estaba por levantar y bajar al patio cuando vio aparecer al Peque. Era la primera vez que lo veía en una semana, desde que le había contado lo de Vicen.
—¿Qué hacés acá?
—Vos qué hacés acá.
Ninguno de los dos respondió. El Peque se sentó a su lado y se quedó callado. Dientes tenía calor de estar tanto tiempo bajo el sol. Sentía que estaba transpirando a pesar de que era un día bastante frío. Aplastó varias hormigas de un manotazo.
El Peque buscó algo en el bolsillo del pantalón. Sacó un bollito de papel. En realidad era un billete de veinte pesos que extendió sobre sus piernas.
—¿Vamos a comprar una Coca?
Fueron al kiosco de la otra cuadra en silencio. Además de la Coca de litro y medio, el Peque pagó un paquete grande de bizcochitos de grasa Don Satur. Caminaron hasta la Plaza España y se sentaron debajo de un árbol. El Peque abrió el paquete mientras Dientes destapaba la gaseosa. Le dio un trago largo y se la pasó al Peque, que se tomó como medio litro sin descansar. Dejó la botella y eructó. Dientes se llenó la boca de bizcochitos.
—Hoy voy a la escuela —dijo el Peque mientras metía su mano en el paquete Don Satur.
—¿Y al club?
—Al club no voy más.