Y durmió mal. Dio miles de vueltas en la cama, se insultó por no tener algún ansiolítico, se levantó en mitad de la noche para hacer pis, fumar un cigarrillo y tomar agua.
Federico la llamó a las once de la mañana y le pasó los datos que todavía no habían sido reproducidos por la prensa. El chico arrollado por el tren del ferrocarril Sarmiento se llamaba Vicente Garamona, le decían Vicen y vivía en Ciudad Oculta con su madre, Carmen Garamona, una empleada doméstica que trabajaba por horas en un par de casas, una en San Telmo y la otra en Belgrano. Federico le aclaró que no fue mérito de la justicia el descubrimiento de la identidad del pibe. La madre había notado la desaparición de su hijo esa misma noche, en la que supuestamente se había ido a ver un partido de Vélez, club del que el chico era hincha. Bien visto, la cancha de Vélez y Ciudadela no quedaban tan lejos.
—Están en la misma línea de ferrocarril, a una estación de distancia —le dijo Federico—. Pero hay un detalle que no está en la causa, tal vez porque les parece superfluo. Anoche Vélez no jugaba al fútbol. ¿Se equivocó de día Vicen y decidió seguir por las vías hasta Ciudadela? No suena muy creíble.
Como todo el mundo, la madre se enteró del accidente por la televisión. El instinto materno la llevó a creer que el chico muerto podía ser su hijo. Ese día justamente trabajaba en la casa de una arquitecta, que fue la que la acompañó hasta el juzgado. La madre identificó la ropa del chiquito, lo único reconocible a pesar de las abundantes manchas de sangre.
La declaración en Tribunales no decía mucho más de Vicen. No había datos sobre la escuela, ni sobre sus amigos. Tampoco decía nada de la arquitecta que había acompañado a la madre hasta el despacho del juez. Ese detalle lo había conseguido Federico hablando con la secretaria del juzgado.
Sintió que era el primer avance desde que Fede le había mostrado el mapa de Buenos Aires con los lugares donde habían vivido los chicos. Y esto también se lo debía a él.