VIII

García García García García. Su cabeza repetía el nombre que le había pasado Corso. No debía de ser una casualidad. ¿Qué hacía un chico de la Villa 15 jugando en Morón? ¿Por qué se había accidentado un chico de Soldati en Caballito? ¿Cómo llegó a Ituzaingó un pibe de Lugano? Alguien los llevaba, evidentemente. García, te voy a agarrar del cuello y no te voy a soltar, se dijo Verónica mientras entraba en su departamento.

Necesitaba pensar, armar una estrategia. Le llegó un mensaje de texto de Paula: «trae vino bueno». Esa noche tenía la cena con las chicas. El asado feminista. Le texteó: «no voy, mucho trabajo». Al rato le llegó un mensaje incomprensible de Paula que decía: «Pura». Y al rato llegó otro con el texto corregido: «Puta».

Para pensar necesitaba un Jack Daniel’s doble y un par de atados de cigarrillos. No creía que pudiera tener una idea decente antes de que se terminara el primer atado. Se sentó en el medio del sofá y extendió sobre la mesa ratona el mapa que tan prolijamente había armado Federico para ella. Las líneas se cruzaban formando un trapezoide un poco cóncavo. El centro, no muy simétrico ni circular pero evidente, era el cruce de la calle Larrazábal y la autopista Dellepiane.

Por el momento decidió olvidarse de García. El tipo no debía andar secuestrando menores por la calle. Esos chicos seguramente tenían algo en común: la escuela, el club del que eran hinchas, el hospital en el que se atendían. Eran demasiado pequeños para que se reunieran en un boliche. Tal vez eran pibes de la calle, de los que piden en los cruces de las avenidas. O de los que lavan el parabrisas por una moneda. Debía ver el lugar. Una vez allí, podría imaginar mejor qué tenían en común esos chicos. Si localizara a algunos de los que habían sobrevivido, tal vez podía conseguir que le dijeran algo. Pero ¿cómo hablar con ellos sin despertar sospechas? Si se daban cuenta de que andaba merodeando, corría peligro su investigación.

El primer atado de cigarrillos estaba llegando al final. Ya se había servido un segundo bourbon cuando comenzó a sonar su celular. Pensó que era Paula o alguna de las chicas para burlarse de ella. Pero no, no eran las chicas. Era Lucio.

—Me acaban de avisar que hubo un accidente. La formación 7 arrolló a un pibe en Ciudadela.

—¿Cómo está el chico?

—No, no sobrevivió. Me cago en la puta madre.

—¿Y el que conducía está bien?

—Está sacado, hecho mierda. Lo llevaron a un hospital. —El tono de voz de Lucio era lúgubre.

Apenas cortaron, llamó a Federico. No se fijó en que ya era casi medianoche y que podía estar con su novia, lo que sería un problema para él.

—Acaban de atropellar a un chico a la altura de Ciudadela. El chico está muerto. Por favor, necesito que averigües sobre el juez que lleve la causa y que el tipo mueva el culo para averiguar los datos del nene. Si es necesario que mi viejo toque a alguien para que el puto juez trabaje, decime y lo llamo.

Se tomó lo que le quedaba del Jack Daniel’s y miró el mapa: estaba segura de que el chico era de la Comuna 8. Se tiró para atrás en el sofá y cerró los ojos. Se sentía cansada, pero igualmente esa noche le iba a costar dormirse.