VII

Esta vez, Federico y Verónica se encontraron en el Petit Colón, el bar donde algunos abogados citaban a sus clientes. A Verónica no le gustaba porque le recordaba la adolescencia, cuando su madre o su padre la esperaban ahí a la salida de la escuela, que quedaba a pocos metros del bar. Cuando llegó, Federico estaba comiendo un tostado, lo que reforzó el recuerdo de ella misma comiéndose ese mismo tipo de sándwich con sus padres.

—Disculpá, pero no tuve tiempo de almorzar.

—Si a eso le llamás almuerzo, con razón estás tan flaco.

—Te noto nerviosa.

—Odio los bares que no tienen un espacio para fumadores.

Federico abrió su portafolio y de su interior sacó la carpeta que le había dado en su momento Verónica.

—No fue fácil conseguir información, pero algo te tengo.

—No esperaba menos de vos.

—De los siete casos que me pasaste, había algún dato de seis. Justamente falta documentación del incidente en el que el chico salió ileso; encontré datos de los tipos lastimados en el interior del tren, pero evidentemente no tenían nada que ver con el chico que desencadenó el accidente.

—Me lo imaginé. El chico huyó de la escena en un auto.

—Mirá vos. Eso no consta en la causa abierta por un damnificado contra la empresa de ferrocarriles. En los otros casos ahí están los datos de filiación correctos y las direcciones. Uno de los chicos muertos permanece como N. N. Nadie reclamó sus restos ni pudieron identificarlo. En este caso, lo más interesante es el testimonio del maquinista, que dice haber visto gente al costado de las vías en el momento de atropellar al chico, pero esa declaración se pierde en la nada de la causa. No se hicieron demasiadas pruebas periciales al respecto. La justicia no solo es lenta, también es distraída y superficial.

—Quiero saber los nombres de los jueces que actuaron en las causas.

—Acá está todo en la carpeta que me diste y que te devuelvo ampliada y mejorada. Hay testimonios de padres, madres o tutores de cinco casos. Todos declararon no saber qué hacían sus hijos en esos lugares. Los chicos dijeron que estaban jugando. Fin de las causas.

—Algo es algo.

—Corazón, no te citaría para darte solo estos datos. Te los hubiera mandado por email. Quería mostrarte una cosa más.

—Ah, pensé que el encuentro era una excusa para charlar cara a cara.

—Mi novia no me lo permitiría. —Buscó en su portafolio y sacó un mapa de Buenos Aires—. Hay algo muy raro en los cinco casos en los que hay datos. Si te fijás, los supuestos accidentes tienen lugar a lo largo de treinta kilómetros, entre el más cercano a Once y el más próximo a Moreno en la otra punta.

—Para ser más precisos, ocurrieron en Caballito y en Paso del Rey.

—Exacto, esos son los extremos. Pero fijate en el domicilio declarado por los responsables de esos chicos. Todos viven en Capital Federal. Así que me tomé la libertad de apuntar en un mapa dónde viven o vivían los chicos y para mi sorpresa (y calculo que para la tuya también) sus hogares están en un radio no muy grande. Si juntamos y cruzamos con líneas esas direcciones, tal como hice yo en este mapa, verás que están en un radio no mayor de tres kilómetros. No están todos sobre la misma línea, pero sí hay una especie de patrón zonal, que podríamos definir como los barrios de Lugano, Ciudad Oculta y Soldati.

Verónica sintió un rayo que le ponía todos los sentidos de punta. Tenía que confirmar su intuición.

—Pará, decime: esos barrios, ¿tenés idea de a qué comuna pertenecen?

—Comunas… nuestros viejos y queridos Centros de Gestión y Participación. Los CGP al que por una absurda decisión de marketing decidieron llamar comunas.

—¿Sabés cuál es?

—La 8, por supuesto. La más pobre de Buenos Aires, la que tiene la tasa más alta de mortandad infantil, de desocupación y de analfabetismo. Estuve hace poco por ahí para renovar el registro de conducir.

—Fede, no solo estás más flaco y más lindo. Estás más lúcido que nunca. Casi que la envidio a la recepcionista.