Algún día iba a escribir una nota sobre la susceptibilidad masculina. No había que ser psicóloga para darse cuenta de que Lucio estaba molesto por su escaso protagonismo en la nota sobre los trenes. Ella le explicó que en los artículos polémicos convenía mantener protegida a la fuente.
—¿Yo soy una fuente?
—A veces sí, a veces no. En el caso de la nota fuiste una fuente y muy provechosa.
También le explicó que había dejado de lado la historia de su familia muy a su pesar porque no iba con el tono de la nota. Que esa historia le encantaba para una novela que atravesara distintas generaciones. También le dijo que no había ninguna mención de los chicos que desafiaban al tren porque pensaba guardarlo para otro artículo. Él no parecía del todo convencido. Pero Verónica decidió no insistir: Lucio ya se iba a dar cuenta de que ella no le mentía cuando lo volviera a consultar. Y así ocurrió a los pocos días.
«Necesito verte por nota trenes y chicos. Te puedo llamar?», le texteó Verónica. Quedaron en verse esa tarde en La Perla, donde habían tomado el primer café juntos.
Verónica llevó una copia de sus papeles con los siete casos que había seleccionado. Se los mostró.
—Estoy trabajando en lo que vimos aquella noche. Recopilé estos episodios que ocurrieron en el ferrocarril Sarmiento en los últimos cinco años. ¿Vos presenciaste alguno?
Lucio revisó la carpeta con cuidado. Movió negativamente la cabeza.
—En ninguno, pero me acuerdo de cada uno de ellos.
—Me gustaría hablar con los conductores de los trenes que estuvieron ahí.
Lucio se quedó pensando un largo rato y finalmente le dijo:
—No. No quiero ponerte en contacto con mis compañeros. Quiero que lo nuestro se mantenga alejado del resto de mi vida.
—Lucio, no te estoy pidiendo que me presentes a los tipos con los que jugás al fútbol el sábado. Simplemente necesito información para mi artículo, que es probable que tus compañeros tengan.
—Conozco perfectamente todos los casos. Nadie sabe más: atropellaron a un chico, ese chico siempre estaba con otro. Algunos murieron destrozados, otros sufrieron mutilaciones. ¿Qué querés? ¿Una descripción de cómo se siente matar a un pendejo?
¿Qué sabía ella lo que estaba buscando? Tal vez era cierto que los conductores no podían aportarle nada para su investigación. Le quitó la carpeta de las manos.
—Como te parezca, Lucio, pero no lo tomes como que me meto en tu vida.
Lucio se quedó callado. Ella encendió un nuevo cigarrillo. Se la veía molesta cuando tiraba el humo y lo miraba a los ojos. Lucio, al final, le dijo:
—El chico que salió ileso.
Verónica abrió la carpeta y le mostró el caso.
—Hay algo que contó Carlos, el que conducía el tren. Ahora trabaja en mantenimiento y me lo dijo una vez que estábamos en los talleres. Me dijo que el tren llegó a tocar al chico. Lo golpeó, pero con tan buena suerte que el golpe lo tiró fuera de la vía. Carlos recién pudo detener el tren unos segundos más tarde. Dentro de los vagones había gente gritando porque se habían lastimado y muchos habían entrado en pánico. Carlos se bajó del tren sin saber qué hacer. Fue hacia el final de la formación, donde se suponía que debía estar tirado el chico, pero cuando llegó el pibe ya no estaba. Un pasajero del tren que también había bajado gritó: «Encima estos pendejos de mierda se van en auto». Al parecer el chico salió corriendo, se subió a un coche que lo estaba esperando.
—¿Tomaron el número de patente?
—No. Y Carlos ni siquiera lo llegó a ver. Fue lo que escuchó de un pasajero.