III

A los veinte años le habían ofrecido dos opciones: entrar como meritorio en un juzgado penal o comenzar a trabajar en un estudio jurídico, en ambos casos recomendado por su tío, que por entonces era juez de una cámara federal. Federico se decidió por el estudio de abogados y con eso marcó su destino. Trabajar con el doctor Aarón Rosenthal le valió algo más que ganar un puesto laboral. Se labró una vida. El doctor Rosenthal muy pronto descubrió que su joven empleado era brillante y responsable. Más lo segundo que lo primero, según algún otro integrante de la firma que veía cómo el doctor Rosenthal lo adoptaba, ya que ninguna de sus tres hijas había seguido la carrera judicial. Lo cierto es que Federico se recibió de abogado a los veintitrés, casi tres años después de ingresar al estudio, y creció dentro de la firma hasta convertirse, casi una década después de su llegada, en socio minoritario.

Al poco tiempo de comenzar a trabajar, conoció a Verónica. La hija del doctor Rosenthal iba cada tanto a visitar a su padre y era apenas unos meses más chica que él. Federico se enamoró inmediatamente de ella, pero pasaron unos dos años hasta que se animó a invitarla a salir, cuando se enteró de que ella había cortado con su novio. Aquella cita no fue muy exitosa y pasó mucho tiempo, meses, hasta que Verónica volvió a aceptar una invitación de él una noche pegajosa de verano. Sin muchas esperanzas de que ocurriera algo entre ellos, Federico se mostró agradable pero no especialmente seductor. No imaginaba que esa misma noche iban a terminar en la habitación de un albergue transitorio. Su mayor sorpresa fue cuando, al día siguiente, ella no le atendió sus llamados y lo mismo hizo los demás días. Federico repasaba las horas de pasión y no encontraba ni un signo de que eso iba a durar una sola noche.

Tres meses después ella apareció por el estudio. Por entonces Federico había pasado del desconcierto al enojo, pero al verla volvió a sentirse enamorado. La convenció para encontrarse ese fin de semana. Esta vez ella no desapareció después de la noche de sexo, aunque Federico no consiguió lo que en el fondo quería: mantener una relación estable y duradera a la que él y todo el mundo pudieran llamar noviazgo. Cuando decidió presionarla para que mantuviera un vínculo más formal, ella fue clara: había otros hombres y los iba a haber.

Ella estuvo presente en la colación de grado de Federico y él no se movió de su lado cuando falleció la señora Rosenthal. Él le conoció un novio (un pedante insoportable que se dedicaba a escribir libros, o a corregirlos, o a copiarlos, nunca le quedó claro qué hacía realmente) y ella se había mostrado contenta cuando él aparecía con alguna novia. No habían vuelto a tener sexo, pero mantenían un vínculo que se podría calificar de fraterno, si a la fraternidad le agregamos un toque de deseo incestuoso. Al fin y al cabo, para el doctor Rosenthal, Federico era como el hijo varón que no había tenido.

Por eso no le resultaba extraño que ella lo hubiera citado en un bar cercano al estudio, que quedaba en Uruguay y Viamonte.

Como solía ocurrir, él estuvo antes. No le disgustaba esa situación porque era un placer extra verla llegar, moverse entre las mesas y avanzar hasta él. Verónica parecía siempre la personificación del viento, un pequeño huracán que la envolvía y la trasladaba con su andar de modelo. Ese huracán lo cubrió con su perfume antes de sentarse frente a él.

—Necesito tu ayuda —le dijo con su habitual estilo de ir directo al grano. En eso, era idéntica a su padre.

—Nací para ayudarte.

—Sigo con el exferrocarril Sarmiento.

—¿Te sirvió el tipo que te pasé?

—En parte.

Verónica le alargó una carpeta que él hojeó. Dentro había una hoja impresa y varios recortes de diarios.

—En la primera hoja están todos los datos. Igualmente reproduje de dónde está tomado todo, por si necesitás algo más.

Federico miró con más detenimiento la primera página: había fechas, referencias al tren Sarmiento y a chicos que estaban simplemente numerados, sin nombre. Verónica le explicó:

—Estoy haciendo un artículo sobre chicos que murieron o se accidentaron en las vías del Sarmiento. Creo que puede haber alguna organización delictiva detrás de estos supuestos accidentes. Lo único que tengo son estas notas aparecidas en diarios.

—Y querés que te averigüe más.

—Fijate qué podés conseguir. Direcciones, causas judiciales, lo que sea.

—No sé si voy a encontrar datos muy fidedignos. Quiero decir, nadie investiga un accidente salvo que haya aseguradoras detrás tratando de no pagar. Si tenés la suerte de que haya algo así, vas a tener hasta el grupo sanguíneo del tipo que baja la barrera. Pero si no, agradecé que no diga «un N. N. masculino de diez años de edad aproximadamente».

—Estoy tan en bolas que cualquier dato me va a servir y mucho.

—Lástima, pero no te veo en bolas.

—Vamos, Fede, no me tirés los galgos que ya sé que estás de novio con la mosquita muerta de recepción.

—Es cierto. Pero no es una mosquita muerta.

—Es. Huelo a las mosquitas muertas.