II

Buscó por secciones: sociedad, policiales, ciudad. Buscó por palabras clave: accidente, tren, niños, chicos, vías, mutilado, muerto, ferrocarril Sarmiento, denuncia, delito. Buscó por períodos: comenzó con los diarios de hacía diez años y dividió los casos año por año hasta llegar a la actualidad. Comprobó con sorpresa que había episodios que eran registrados por un diario y que no existían para otro. O una noticia aparecía en una publicación un día y recién a los dos o tres días tenía un lugar en otro medio. En esos diez años revisados le llamó mucho la atención una mención a unos adolescentes o preadolescentes que se desafiaban en las vías del ferrocarril Roca. La nota, en realidad, había aparecido en la sección de Psicología y reflexionaba sobre cómo los menores se enfrentan a la muerte. Había referencias a los niños-bomba de Medio Oriente, a los adictos infantiles y a los que jugaban en las vías de los ferrocarriles. Decía que eran chicos de una villa y que alrededor de ellos había adultos que apostaban. La nota agregaba que estos últimos eran tan pobres y marginados como los chicos que saltaban. Terminaba diciendo que ya se habían producido varios muertos por ese juego siniestro.

Verónica, que tenía buen ojo para reconocer cómo se había armado una nota, se dio cuenta de que su colega (o tal vez era un psicólogo, o un sociólogo) no contaba con información muy firme y se movía con presupuestos y rumores. No aclaraba en qué zona del ferrocarril Roca, entre Constitución y la ciudad de La Plata, se llevaba a cabo el juego (lo que daba un margen de cincuenta kilómetros), o si había más de un lugar. Tampoco aportaba el nombre de la villa de donde provenían los chicos ni hablaba del número de víctimas. La falta de información, más que enojarla o frustrarla, la alegró.

No le gustaba utilizar las planillas de excel, pero en este caso le iba a ser útil para organizarlo todo por fechas, casos, lugares. Armó también una carpeta en el disco rígido donde guardó todas las notas que hacían referencia a lo que estaba buscando.

Buscó más información y desechó los casos de chicos que estaban con un familiar en el momento del accidente y que habían declarado en la justicia. También los que habían sido claramente accidentes (pibes que querían cruzar las vías corriendo y no veían que el tren estaba sobre ellos). Los casos fácilmente descartables eran aquellos en los que el chico accidentado o muerto había sido visto por testigos que contaban cómo había ocurrido la tragedia: un chico que venía de la escuela y no miró al cruzar con las vías bajas, otro que saltó del andén a las vías para rescatar unas monedas que se le habían caído, pibes que cruzaban corriendo y no llegaban a tiempo al otro lado. Esos casos no le servían.

En total encontró 48 casos de menores (adolescentes y niños) muertos o accidentados (generalmente, mutilados) en las vías de los trenes por razones confusas, definidas como «accidente» o «acto imprudente», sin que se aclarase cómo había ocurrido el hecho. Si bien la mayoría había ocurrido en Buenos Aires (ciudad y provincia), había también cuatro casos en el interior del país. Uno en Entre Ríos, otro en Rosario, un tercero en Salta y el más reciente en Mendoza, hacía ya dos años. Claro que el interior casi no contaba con ferrocarriles y que los diarios solían reflejar lo que ocurría en el ámbito de la Capital y sus alrededores. En los demás casos a nadie se le había ocurrido armar un patrón a pesar de que había importantes puntos en común: las víctimas eran chicos pobres, la mayoría provenientes de barrios carenciados o villas. Muy rara vez constaban los datos de los que estaban en las vías con los accidentados. Por lo general, no había testigos. En el mejor de los casos, el testimonio del conductor del tren.

Ordenó los casos por líneas ferroviarias y por año. Calificó los casos de «descartable», «sospechoso», «muy sospechoso» y «acá hay algo muy raro». Se basaba en información periodística, que ella sabía que no siempre era muy fiable. Bastaba con que hubiera que llenar líneas para que el cronista inventara cualquier dato y también lo contrario. La falta de detalles estaba alimentada por el poco espacio que el editor había decidido darle a la noticia. «Siempre se puede hacer algo con lo que hicieron los otros», se dijo parafraseando muy libremente a Jean-Paul Sartre.

Descubrió con cierta satisfacción que, si hacía cruces espaciotemporales, donde se encontraban los casos más sospechosos era en el ferrocarril Sarmiento en los últimos cinco años. Releyó sus apuntes e intentó otros cruces. El ferrocarril Roca y un ramal del ferrocarril Mitre daban resultados que despertaban desconfianza, pero no en los últimos tres años. Pensó que estos episodios estarían mejor documentados en medios locales, diarios barriales, publicaciones pequeñas para los vecinos preocupados por los accidentes en su zona, pero la idea de tener que recurrir a los archivos de papel de esos medios (porque no tenían archivos en Internet) le quitaba las ganas de meterse con eso. Si fuera necesario, le pediría a Patricia que le encontrara un estudiante de periodismo para mandarlo a esos lugares.

El ferrocarril Sarmiento aparecía con una recurrencia que la invitaba a sospechar que ahí estaba la clave. Tenía siete casos documentados en los últimos cinco años. Dos mortales (de los cuales uno debía de ser el que atropelló Carranza, aunque en ninguno de los dos casos se dejaba constancia del nombre del maquinista), cuatro con lesiones graves (mutilaciones, según las crónicas) y uno solo que se había salvado milagrosamente, pero que había generado un accidentado grave en un vagón debido a la abrupta frenada del tren. Los siete casos habían ocurrido en barrios que iban desde Caballito a Paso del Rey. No se repetían los lugares: Floresta, Villa Luro, Morón, Ituzaingó, San Antonio de Padua. El orden cronológico no coincidía con el ordenamiento de las estaciones, aunque esto a Verónica le pareció un dato sin importancia.

En cambio, le resultó frustrante ver que no había una lógica en cuanto a los días y a las semanas. Dos casos habían ocurrido los martes, tres los miércoles, uno el lunes y otro el jueves. Las semanas tampoco eran las mismas. Lucio se había mostrado tan seguro de que ocurrían los jueves que ella había dado por hecho que los chicos siempre aparecían en las vías ese día. Imposible armar por ese lado un patrón de conducta, salvo el hecho de que no ocurrían en el fin de semana. Pero si le daba una vuelta de tuerca más al asunto le podía encontrar una lógica que aumentaba las posibilidades de que hubiera una organización delictiva detrás de todo eso: los organizadores de ese juego quizá cambiaban la rutina después de cada accidente para no ser hallados.

Tenía los siete casos. Ahora debía hacer algo con eso. ¿Y si no había nada? ¿Y si eran hechos aislados o ni siquiera podía llegar a establecer cómo ocurrió cada episodio para poder avanzar en la investigación? Sentía que estaba tirándole piedras al mar para pegarle a un delfín. Ese día había pasado demasiadas horas metida en los casos. Mejor era cortar ahí. No pensar más, al menos por unas horas. Encendió un porro y puso a llenar la bañera. Pensó en abrir una botella de vino, pero necesitaba algo más fuerte. Se sirvió una buena medida de Jack Daniel’s, a falta de Jim Beam. El primer trago de bourbon o de whisky de Tennessee siempre le parecía horrible, mucho más horrible que cualquier whisky, pero tenía la virtud de mejorar a medida que se tomaba, y le producía un efecto relajante, como un masaje por el interior de su cuerpo. Mañana será otro día, se dijo.