I

La investigación periodística exige tiempo, paciencia y fuentes confiables. El periodista no debe apresurarse aunque corra contrarreloj para llegar con una primicia. Tal vez por eso las mejores investigaciones siempre se dan en el ámbito de temas que no están en la agenda de los medios. Cuando un periodista sabe que es el único que investiga determinada cuestión, puede armarse de la paciencia de un pescador a la espera de descubrir los datos que necesita para su trabajo.

Mucho más difícil de conseguir que el tiempo y la paciencia, sin embargo, son las buenas fuentes. Aquellos que pueden pasar información, abrir caminos, corroborar hechos o fechas, siempre en off y siempre protegidos por el secreto profesional.

Verónica se había cuidado de no mencionar a los chicos en las vías en su nota sobre los ferrocarriles suburbanos. No quería avivar giles, colegas que vieran una punta de investigación como vio ella. Ser la única que estaba atrás del tema le permitiría dedicarse con mayor tranquilidad a conseguir los datos que necesitaba.

Lucio había sido una fuente en su nota y, de no ser por él, jamás habría llegado a ver a los chicos en las vías del Sarmiento. Ahora no era mucho lo que podía aportar. No sabía más que lo que ya le había dicho. Verónica descartó la idea de volver a subir a un tren. No era por ese lado que debía orientar su trabajo. Fumando, tirada en el sillón de su departamento, se sentía perdida, sin saber muy bien por dónde encarar la pesquisa.

Contaba con el visto bueno de su editora para tomarse el tiempo que quisiera, siempre y cuando le redactara las pavadas habituales que solían resolver en un par de horas los martes y los miércoles. El resto del tiempo era para ella y su investigación. Esa era una de las virtudes indudables de Patricia: sabía darles tiempo a sus periodistas para que preparasen sus notas. Era exigente, minuciosa, capaz de enojarse por un uso excesivo del gerundio o por la falta de precisión en la información, pero daba todo el tiempo necesario.

Ese día Verónica decidió no ir a la revista. Trabajaba más tranquila en su departamento y no necesitaba salir a la puerta para poder fumar. Tenía que empezar por el comienzo: hacer archivo. La expectativa de encontrar algo interesante por ese lado era baja, pero le bastaba si podía hallar una punta de hilo de la que tirar para que la llevase al final del laberinto.

Cuando cursaba sus estudios de comunicación social, consiguió —gracias a un profesor que la había recomendado— una pasantía en la editorial Atlántida, que publicaba alrededor de una decena de revistas. Ella se imaginó que iba a estar seis meses en el corazón del mundo periodístico, con la adrenalina a mil. Apenas llegó, la mandaron al archivo a recopilar información para unas notas que necesitaban los redactores de Gente. Pensó que tenerla encerrada entre sobres marrones que contenían recortes de diarios y revistas era el famoso derecho de piso. A la semana volvieron a mandarla al archivo para catalogar negativos fotográficos. El lugar era muy agradable: una habitación antigua que olía a la madera noble de los armarios. Sin embargo, ella quería estar en la redacción, entre las computadoras, las impresoras y el humo de los cigarrillos que todavía se podía respirar en esos ambientes. La tercera semana se la pasó entre catálogos de ilustraciones infantiles para Billiken, y cada vez vio más lejano el día en que iba a estar en la auténtica redacción.

—Prefiero el derecho de pernada al derecho de piso —le dijo a su profesor cuando le explicó por qué había renunciado a la pasantía al mes de comenzada. Si el profesor entendió que la frase llevaba una doble intención, no lo hizo notar, ya que se comportó correctamente y solo lamentó que su alumna preferida no hiciera carrera en una editorial importante.

Desde entonces odiaba cualquier actividad vinculada a archivos. Si por ella fuera, contrataría a otros (¡a pasantes!) para que hicieran la búsqueda por ella. Pero por suerte Internet había facilitado el trabajo y ya no había que pasar días revisando recortes sacados de sobres manila. Por ejemplo, para su investigación contaba con los archivos completos de al menos tres diarios nacionales (Clarín, La Nación, Página/12) con más de diez años de antigüedad.

Fue a la cocina, preparó el mate, puso agua caliente en el termo y se dirigió hacia su escritorio. La esperaban muchas horas frente a la computadora.