La terraza no era muy grande y parte de la misma estaba ocupada con escombros y maderas que habían quedado de alguna reforma de la propiedad. Nadie usaba esa terraza, ni siquiera para colgar la ropa, salvo los chicos. Dientes y el Peque se acomodaron en un costado y pusieron las bolsas del Coto sobre las baldosas. En el camino habían abierto el paquete de papas fritas, por lo que ahora tenían sed. Cada uno tomó una latita de Coca y la vaciaron casi de un trago. Eructaron y revolearon la latita hacia abajo. Alguien desde abajo (la mamá de Martina) les gritó que dejaran de tirar cosas. Abrieron una caja de Oreo y se repartieron los paquetitos individuales de dos galletitas. No hablaban, degustaban las golosinas.
Ya habían probado gran parte de la mercadería cuando oyeron unos pasos que subían por la escalera: era Martina. De más chicos, los tres habían compartido juegos y habían subido y bajado a esa terraza juntos miles de veces, pero en los últimos años habían comenzado a ignorarse y ni se saludaban cuando se cruzaban en el patio de la casa.
—¿Qué están haciendo?
—Cosas de hombres.
—Nos estamos drogando.
—Sí, claro, les creo y todo.
—Nada que te interese.
Martina se encogió de hombros y se dispuso a volver por donde había venido. El Peque la llamó por el sobrenombre que usaban para burlarse de ella: «Martota». Martina se dio vuelta y el Peque le dijo «agarrá» y le revoleó un alfajor, que Martina tomó al vuelo. Lo miró, miró a los chicos y lo abrió. Dejó el envoltorio en la terraza y bajó comiéndolo.
—¿Cómo se dice?
—Se dice gracias, burra.
—Gracias.
Dientes y el Peque decidieron llevarse los Lengüetazos para la escuela. Guardaron lo que les quedaba en un escondite que prepararon especialmente y bajaron cerca del mediodía. El Peque llevaba también tres alfajores. Fue a su pieza y ahí estaban sus hermanos y la hermana de Dientes, que los cuidaba. Les repartió los alfajores. Al rato salieron todos rumbo a la escuela. El Peque iba hablando con Dientes.
—Che, está bueno este juego. A partir de ahora voy a empezar a juntar para los botines.
—Sí, está bueno —dijo Dientes con cierto tono sombrío, que no se sabía si era de preocupación, desconfianza o envidia.