II

Llevaban casi tres horas en esa habitación decorada como si fuera una cabaña de troncos. Un espejo en el techo les devolvía la imagen de sus cuerpos. No habían encendido las luces; solo estaban prendidas unas lamparitas amarillas que bañaban de dorado el ambiente. El silencio fue roto por el celular de Verónica, que sonó insistentemente. No atendió. A los pocos minutos, el teléfono le avisó de que tenía un mensaje de texto. Se levantó a leerlo y Lucio pudo observar en perspectiva el cuerpo desnudo de Verónica: las piernas y la espalda largas, el culo redondo y firme de una chica que debía de hacer deporte, el pelo corto que apenas le llegaba a los hombros. Verónica escribió un mensajito y volvió a acostarse a su lado.

—Una amiga que parece que está aburrida.

Verónica recorrió con una de sus manos el cuerpo de Lucio. En cambio, él estaba quieto mirando el espejo. Se sentía el protagonista de una película, o de un sueño. Lo que ocurría en ese espejo le resultaba ajeno. Esa chica atractiva, él mismo acostado a su lado, su cuerpo más oscuro que el de ella.

Poco antes de salir, Verónica le hizo una pequeña escena. Se había puesto firme en que quería pagar la mitad de lo que costaba el hotel. Que era una mujer independiente y que nadie le pagaba su placer. Lucio no estaba dispuesto a someterse a la humillación de compartir el pago. Era ferroviario, tal vez ganaba menos que una periodista, pero el hotel lo pagaba él. Ella lo acusó de machista berreta. Intentó ponerle unos billetes en el bolsillo y solo se detuvo cuando vio que él se sentía molesto en serio. Verónica tuvo que resignarse y dejar que él pagase.

En el hotel había demasiada calefacción. Se dieron cuenta al salir, cuando un viento helado les pegó en la cara. Caminaron a paso apurado por Jean Jaurès hacia Rivadavia. Ella había decidido tomar un taxi en la avenida. A esa hora pasaban pocos autos. Lucio miraba hacia lo lejos buscando un taxi libre y ella lo miraba a él.

—Lucio, ¿qué voy a hacer con vos?

Él la miró a los ojos y le acarició una mejilla.

—Vas a ser una buena chica y me vas a extrañar.

—No dije ser, dije hacer. No hay que meterse con tipos casados.

—¿Cuándo te veo de nuevo?

—No sé. ¿Te puedo llamar a alguna hora, o mandarte mensajes de texto?

—Mandame un mensajito y yo te llamo.