VIII

Una semana. Ese era el tiempo que Verónica debía esperar. ¿Qué era lo que Lucio iba a mostrarle? ¿En qué se estaba metiendo? La expectativa de esa semana que se le hacía larga: esos días insustanciales por el simple hecho de ser anteriores a ese encuentro, ¿eran solo por la sensación de acercarse a un punto crucial de su investigación? No era tan tonta como para engañarse. Lucio le despertaba esa calentura que no era puramente sexual sino que tenía que ver también con la intriga. La calentura que debió de sentir Edipo frente a la esfinge, al saber que si no descubría la respuesta moriría. Cuando ella le preguntó por Carranza y Lucio la miró de frente, pudo ver en los ojos de él una indocilidad que la había hecho temblar por dentro. Una violencia que él despedía y que a ella le resultaba tan perturbadora como atractiva. Le había costado mostrarse tranquila.

¿Qué era lo que la atraía de Lucio? ¿Las sombras que lo cubrían como un velo? ¿La posibilidad de manipularlo, de sacarle la información que necesitaba?

¿A qué estaba dispuesta? O mejor: ¿a qué no estaba dispuesta? ¿Qué puerta no se animaría a atravesar con Lucio?

Una semana dando vueltas alrededor de preguntas y de un deseo que se alimentaba más de la falta de certezas que de lo que había ocurrido hasta ese momento. Al fin y al cabo, él no era más que una fuente. Una fuente confiable, que parecía honesta, algo remisa a la hora de darle información pero que ella sentía que podía manejar; sacaría de él lo que ella necesitaba. Sin embargo, cuando llegaba a ese punto, cuando imaginaba que Lucio simplemente le pasaría datos para un artículo, no podía evitar pensar que escribir esa nota no era tan importante como correr el velo de Lucio, observar qué escondían esos ojos cargados de violencia. Develar la verdad, o morir en el intento.

En esos días había recibido emails y llamados telefónicos del tipo que sus amigas llamaban el Marinero Bengalí. Verónica ni lo atendió ni le respondió las llamadas. Ahora le resultaba tan insustancial como el recuerdo de una partida de truco un domingo por la tarde. Eso que uno hace para no aburrirse y que se diluye apenas terminado.

Por otra parte, Verónica no habló en todos esos días con Patricia Beltrán de su investigación sobre los trenes. Concurrió cada tarde a la redacción de Nuestro Tiempo, resolvió alguna nota para el cierre de esa semana, pero mantuvo en silencio lo que estaba haciendo. No quería que Patricia se metiera. Que su editora fuera más inteligente y le demostrara que estaba equivocándose. Que no se estaba comportando como la periodista profesional que debía ser.