IV

Lucio estaba nervioso, incómodo y molesto con Álvarez Carrizo. Sentía que lo exhibía como un animal amaestrado. Para peor, la periodista no parecía demasiado fascinada. Sonreía condescendiente ante cada comentario de Álvarez Carrizo, quien quería participar activamente en la entrevista. El vocero daba cifras, repetía las mismas frases de los folletos publicitarios, mentía descaradamente sobre el estado de los trenes y sobre los planes de inversión. Cada tanto, le cedía la palabra a Lucio. Verónica le preguntó por su familia ferroviaria.

—Mi abuelo y mi padre fueron maquinistas. Mi abuelo condujo el tren a vapor que cruzaba la Patagonia y mi padre también comenzó manejando máquinas a vapor. Fue el primero en conducir una locomotora diésel. Estuvo en el ferrocarril Sarmiento hasta que se jubiló en el 93.

—¿Siempre quisiste ser maquinista como tu papá y tu abuelo?

—No, yo no quería ser como ellos. Bah, de chico sí, pero después no. De chico, me gustaba acompañar a mi viejo y manejar los controles. Pero a medida que crecía, pensaba que podía ser otra cosa. Algo… no sé… algo más profesional.

Álvarez Castillo parecía sentirse en la obligación de aportar algún comentario.

—Igualmente, la sangre tira.

—¿Qué querías ser?

—Ingeniero civil. Entré a la facultad el mismo año que comencé a trabajar en los talleres del Sarmiento.

—Trabajabas y estudiabas.

—Sí, pero dejé en segundo año. Y acá hice los cursos para maquinista que no necesitaba porque ya sabía conducir. Me fui quedando.

La charla, que Verónica grababa en un aparato del tamaño de la mitad de un teléfono celular, duró cincuenta minutos. Álvarez Carrizo, como un chico con un juguete, iba perdiendo interés en las historias sobre trenes y tamborileaba con los dedos sobre la mesa o perdía la mirada en la lejanía para volver con una sonrisa de compromiso.

—Te agradezco mucho, Lucio —le dijo Verónica apagando el grabador.

Álvarez Carrizo volvió a encenderse y a mostrar la atención del comienzo.

—Te dije que con Lucio ibas a tener para un libro.

—Igualmente, si vos o la empresa no tienen problema, me gustaría acompañar a Lucio en un viaje.

—¿Ir con él en la cabina del conductor? —preguntó Álvarez Carrizo y ella asintió—. No, eso es imposible. Hay una reglamentación que lo prohíbe.

—Pero ¿Lucio no aprendió a manejar acompañando al padre?

—Eran otros tiempos. El tren era del Estado, no había controles.

Verónica le sonrió a Álvarez Carrizo. Lucio sintió que ella nunca le dedicaría una sonrisa así a un tipo como él.

—Ignacio, vos sos la voz y los ojos de la empresa. De vos depende que yo pueda subirme a la cabina. ¿O me vas a decir que tengo que hablar con alguno de esos directores viejos y formales que debe tener TBA?

O la sonrisa, o lo que ella le dijo, fueron argumentos suficientes para que Álvarez Carrizo finalmente autorizara el viaje de ella en la cabina del conductor.