II

Dientes y el Peque vivían en el mismo edificio. En realidad, era un inquilinato donde convivían cuatro familias: además de la de Dientes —su madre era la dueña— y la del Peque, también había una señora mayor con su hija y su nieta de once años, y un hombre solo. La madre del Peque ocupaba dos habitaciones con el baño compartido con los otros dos inquilinos. En cambio, Dientes tenía un baño exclusivo. Y una cocina de verdad, no como la de Peque, que estaba incrustada en el cuarto más grande. La casa, de dos plantas, contaba también con dos patios y dos terrazas. La terraza pequeña era el lugar favorito de Dientes y el Peque.

Los chicos tenían algo en común: ninguno de los dos sabía mucho de su padre. El del Peque vivía en Corrientes y no lo había vuelto a ver desde que se habían mudado a Buenos Aires. El de Dientes había muerto varios años atrás. Peque había escuchado por boca de algún vecino charlatán que el padre de Dientes había muerto acribillado por unos tipos que lo odiaban. Por qué lo odiaban y lo habían matado no lo sabía y nunca se había animado a preguntarle a su amigo.

Dientes se acordaba perfectamente de cuando, hacía siete años, el Peque había llegado a la casa con su madre embarazada y un bebé en brazos. Él también tenía dos hermanos, pero eran mayores. Uno ya se había independizado y su hermana quinceañera apenas registraba su existencia para empujarlo, retarlo o tirarle del pelo. En la casa también vivía su abuela, que siempre estaba enferma. De vez en cuando los visitaban el hermano mayor, sus padrinos y unos tíos que venían de lejos. En cambio, a la familia del Peque no la visitaba nunca nadie.

A Dientes en su casa no lo llamaban así sino Kevin, que era su auténtico nombre. Su madre alquilaba habitaciones y la del Peque trabajaba limpiando casas. Los dos iban a la misma escuela por la tarde. Por la mañana, se suponía que al Peque y a sus dos hermanos los cuidaba la hermana de Dientes, pero en realidad la que realmente los vigilaba para que no hicieran algún desastre era la madre de Dientes.

Después del mediodía, se iban los cinco rumbo a la escuela que quedaba a unas diez cuadras: el Peque y sus hermanos, Dientes y su hermana, que iba a la secundaria que estaba en la misma manzana. La adolescente iba con ellos obligada por su madre, pero apenas doblaban la esquina se cruzaba de vereda para no tener que hacer el trayecto juntos. De regreso volvían sin la hermana, que iba con sus amigas. Los cuatro chicos perdían el tiempo en el camino, a veces jugaban a la pelota, a veces miraban un partido de adolescentes, o intercambiaban figuritas, o simplemente daban vueltas para hacer más largo el camino a casa. Lo que el Peque no podía hacer era perder de vista a sus dos hermanos. Si se alejaban un poco, el Peque y Dientes les pegaban un grito o un coscorrón para regresarlos junto a ellos. Muchas veces preferían llevar a los hermanitos hasta la casa, dejarlos ahí e ir hasta la plaza de avenida Castañares.