La mujer mayor y el hombre joven
—Entonces —dijo Poirot, cuando nuestra visitante se hubo marchado y nos quedamos solos—, Nancy Ducane coincide con Margaret Ernst en que los Ive se suicidaron, pero en los registros oficiales sus muertes constan como accidentales. Ambrose Flowerday mintió para proteger la reputación de Patrick y Frances Ive de daños mayores.
—Es curioso —comenté—. Margaret Ernst no me dijo nada al respecto.
—Quizá hemos dado con el motivo de que le exigiera la promesa de no hablar con el médico. Tal vez Ambrose Flowerday está orgulloso de su mentira, lo bastante orgulloso para confesarlo a quien se lo pregunte. Si Margaret Ernst desea protegerlo…
—Sí —convine—. Esa puede ser la razón por la que quiso apartarme de él.
—El deseo de proteger a otra persona… ¡Es algo que puedo entender demasiado bien!
La voz de Poirot temblaba de emoción.
—No debe culparse por Jennie, Poirot. Usted no habría podido protegerla.
—En eso tiene toda la razón, Catchpool. Proteger a Jennie habría sido imposible para cualquiera, incluso para Hércules Poirot. Era demasiado tarde para salvarla, aun antes de que yo me la encontrara… Eso está claro. ¡Tarde, demasiado tarde! —suspiró—. Es interesante, ¿verdad?, que esta vez haya sangre, cuando antes había veneno y nada de sangre.
—Lo que no dejo de preguntarme es dónde estará el cadáver de Jennie. Han registrado el Bloxham de arriba abajo, ¡y nada!
—No se pregunte dónde estará, Catchpool. Dónde esté no importa. Pregúntese por qué. El hecho de que se hayan llevado el cuerpo del hotel en un carro de ropa sucia, en una maleta o en una carretilla no es esencial. Lo importante es saber por qué se lo llevaron. ¿Por qué no lo dejaron en la habitación, como a los otros tres?
—¿Y bien? ¿Cuál es la respuesta? Usted la conoce, así que ya puede decírmela.
—En efecto —replicó Poirot—. Todo esto se puede explicar, pero me temo que no es una explicación agradable.
—Agradable o no, me gustaría oírla.
—Ya lo oirá todo cuando llegue el momento. Ahora solo le diré una cosa: ningún empleado del hotel Bloxham vio a Harriet Sippel, a Ida Gransbury o a Richard Negus más de una vez, excepto un hombre: Thomas Brignell. Él vio a Richard Negus dos veces: una el miércoles, cuando Negus llegó al hotel y él lo recibió, y otra el jueves por la noche, cuando se encontró con el señor Negus en el pasillo y el señor Negus le pidió un jerez. —Poirot soltó una risita satisfecha—. Piense un poco, Catchpool. ¿Ya empieza a ver lo que sugiere ese dato?
—No.
—¡Oh!
—¡Tenga un poco de piedad, Poirot!
Nunca una sola sílaba («¡Oh!») había sido enunciada de manera tan irritante.
—Ya se lo he dicho, amigo mío: no debe esperar que le den siempre las respuestas.
—¡Estoy totalmente desconcertado! Desde varios puntos de vista, parece que Nancy Ducane debe de ser nuestra asesina, pero tiene la coartada de lady Louisa Wallace. ¿Quién más iba a querer matar a Harriet Sippel, a Ida Gransbury, a Richard Negus y ahora también a Jennie Hobbs? —Me puse a pasear por el salón, enfadado conmigo mismo por mi incapacidad de salir del atolladero—. Y si el asesino fuera Henry Negus, Rafal Bobak o Thomas Brignell (aunque me sigue pareciendo una locura que usted sospeche de ellos), ¿cuál podría ser el móvil? ¿Qué conexión tiene cualquiera de esas personas con los trágicos sucesos de Great Holling de hace dieciséis años?
—Henry Negus tiene el móvil más viejo y corriente del mundo: el dinero. ¿Acaso no nos dijo que su hermano Richard estaba despilfarrando su fortuna? También nos contó que su esposa se negaba a expulsar a Richard del hogar de ambos. Si Richard Negus moría, Henry Negus no tendría que mantenerlo. Si Richard vivía, podría acabar costándole a su hermano una pequeña fortuna.
—¿Y Harriet Sippel e Ida Gransbury? ¿Y Jennie Hobbs? ¿Por qué iba a querer matarlas Henry Negus?
—No lo sé, pero podríamos especular al respecto —respondió Poirot—. En cuanto a Rafal Bobak y Thomas Brignell, no se me ocurre ningún móvil posible para ninguno de los dos, a menos que uno de ellos no sea quien dice ser.
—Supongo que podríamos indagar un poco —dije.
—Y ya que estamos recopilando la lista de posibles sospechosos, ¿qué le parecen Margaret Ernst y el doctor Ambrose Flowerday? —sugirió Poirot—. Ellos no estaban enamorados de Patrick Ive, pero su móvil bien pudo ser el deseo de venganza. Margaret Ernst, según su propio testimonio, estaba sola en su casa la noche que se cometieron los asesinatos. Y no sabemos dónde estaba el doctor Flowerday porque usted prometió no ir a verlo y, por desgracia, cumplió su promesa. Poirot tendrá que ir personalmente a Great Holling.
—Ya le dije que viniera conmigo —le recordé—. Pero supongo que si hubiera venido, no habría podido hablar con Nancy Ducane, Rafal Bobak y los demás. Y a propósito, he estado pensando en el hombre joven y la mujer mayor que según Bobak estaban criticando Harriet, Ida y Richard Negus en el hotel (suponiendo que demos crédito a su historia), y he hecho una lista de todas las parejas unidas por relaciones sentimentales que he podido recordar.
Saqué la lista del bolsillo. (Confieso que esperaba impresionar a Poirot, pero o bien no lo impresioné, o bien supo disimularlo muy bien).
—George y Harriet Sippel —leí en voz alta—. Patrick y Frances Ive. Patrick Ive y Nancy Ducane. William Ducane y Nancy Ducane. Charles y Margaret Ernst. Richard Negus e Ida Gransbury. En ninguna de esas parejas la mujer es mayor que el hombre, al menos no tanto como para que alguien diga que «tiene edad para ser su madre».
Poirot chasqueó la lengua con impaciencia.
—Usted no piensa, amigo mío. ¿Cómo sabe que existe esa pareja, la de la mujer mayor y el hombre joven?
Lo miré un momento, preguntándome si no habría perdido la razón.
—Bueno, Walter Stoakley la mencionó en el King’s Head, y Rafal Bobak oyó hablar a…
—Non, non —me interrumpió Poirot sin la menor cortesía—. Usted no presta atención a los detalles: en el King’s Head Inn, Walter Stoakley habló de una mujer que había puesto fin a su relación sentimental con un hombre, ¿no es así? En cambio, la conversación entre las tres víctimas que Rafal Bobak oyó casualmente en el hotel versaba sobre un hombre que ya no estaba interesado en el amor de una mujer. ¿Cómo puede tratarse de las mismas personas, de la misma pareja? Al contrario, debemos sacar la conclusión opuesta: es imposible que se trate de la misma pareja.
—Tiene razón —dije desalentado—. No lo había pensado.
—Porque estaba fascinado con una pauta que había observado: una mujer mayor y un hombre mucho más joven, por aquí, y una mujer mayor y un hombre mucho más joven, por allá. Et voilà, ¡usted deduce que tienen que ser los mismos!
—Así es. Será que no sirvo para este trabajo.
—Nada de eso. Usted es perspicaz, Catchpool. No siempre, pero a veces lo es. Me ha ayudado a encontrar el rumbo dentro de este confuso túnel. ¿Recuerda cuando dijo que si Thomas Brignell nos ocultaba algo, debía de ser porque le resultaba personalmente bochornoso contarlo? Esa observación suya me ha resultado muy útil, Catchpool, ¡extremadamente útil!
—Por mi parte, me temo que sigo dentro del túnel y no veo ni siquiera una chispa de luz en ninguno de los dos extremos.
—Le haré una promesa —dijo Poirot—. Mañana, cuando hayamos desayunado, haremos una pequeña visita usted y yo. Después de eso, lo entenderá todo mucho mejor que ahora. Y espero que yo también.
—¿Supongo que no me estará permitido preguntar a quién vamos a visitar?
—Puede preguntarlo, mon ami —sonrió Poirot—. He llamado por teléfono a Scotland Yard para pedir la dirección. Creo que usted la reconocería, si se la dijera.
No hace falta señalar que no tenía la menor intención de decírmela.