Capítulo 8

Para ordenar nuestras ideas

—O también podría ser —dijo Poirot media hora más tarde, mientras recorríamos a paso rápido la distancia entre el Pleasant y nuestra casa de huéspedes—, también podría ser que todos esos sucesos infortunados de hace dieciséis años estén conectados entre sí: el trágico final del vicario y su esposa, la abrupta ruptura del compromiso con Ida Gransbury y la decisión de Richard Negus de abandonar su aborrecido Great Holling, para irse a vivir a Devon y derrochar allí su fortuna, emborrachándose hasta perder el sentido en casa de su hermano.

—¿Cree que Richard Negus se dio a la bebida a raíz de la muerte del vicario? —pregunté yo—. Por muy tentador que sea relacionarlo todo, ¿no le parece más probable que los dos hechos no tengan nada que ver?

—Yo no diría tanto. —Poirot me lanzó una mirada severa—. ¡Inhale el aire fresco de este hermoso día invernal, Catchpool! Quizá le sirva para oxigenar un poco su materia gris. ¡Haga una inspiración profunda, amigo mío!

Lo complací haciendo lo que me pedía. Como de todos modos estaba respirando, me pareció un poco inútil.

Bon. Ahora piense lo siguiente: la tragedia no se reduce a la muerte del vicario, sino a que falleció solamente unas horas después de la muerte de su esposa. Algo muy inusual. Después, Richard Negus le menciona el suceso a su hermano Henry en una carta. Al cabo de unos meses, rompe su compromiso con Ida Gransbury y se marcha a Devon, donde inicia un pronunciado declive. Se niega a conservar una Biblia en su habitación y no acude a la iglesia, ni siquiera para complacer a la señora de la casa.

—¿Por qué lo dice como si tuviera un significado especial? —le pregunté.

—¡Ah, el oxígeno! ¡Tarda demasiado tiempo en abrirse paso hasta las neuronas! Pero no se preocupe: tarde o temprano llegará a ese acerico que tiene usted por cerebro. ¡Negus se niega a ir a la iglesia, Catchpool! Un vicario y su esposa mueren trágicamente en Great Holling. Poco después, Richard Negus desarrolla una aversión profunda hacia el pueblo donde vivía, la iglesia y la Biblia.

—Ah, ya veo adónde quiere ir a parar.

Bon. Alors, Richard Negus se traslada a Devon, donde inicia una rápida decadencia. Durante todo ese tiempo, su hermano no se atreve a hacerle ni una sola pregunta indiscreta, que quizá habría podido salvarlo de la devastación en que se había convertido su vida…

—¿Considera negligente a Henry Negus?

—No, no es culpa suya —dijo Poirot encogiéndose de hombros—. El hombre es inglés. Ustedes los ingleses son capaces de guardar un educado silencio mientras se producen toda clase de desastres evitables delante de sus ojos, con tal de no cometer el imperdonable error social de parecer entrometidos.

—No creo que su comentario sea justo —repliqué, levantando un poco la voz, para hacerme oír por encima del ruido del viento y de las voces de la gente en aquella animada calle de Londres.

Poirot ignoró mi protesta.

—A través de los años, Henry Negus se preocupa en silencio por su hermano, espera que la situación cambie y sin duda reza para que así sea. Y cuando casi ha renunciado a toda esperanza de que sus plegarias sean escuchadas, Richard Negus experimenta la visible recuperación de hace unos meses. Parece estar planeando algo. Tal vez el plan tiene algo que ver con la reserva de tres habitaciones en el hotel Bloxham para él y para dos mujeres que conoció en Great Holling, puesto que sabemos que fue lo que hizo. Finalmente, ayer por la noche es hallado muerto en su habitación del Bloxham, con un gemelo de oro en la boca, a escasa distancia de su antigua prometida, Ida Gransbury, y de Harriet Sippel, que también fue vecina suya en Great Holling. Las dos mujeres han sido asesinadas de la misma manera.

Poirot se detuvo. Llevaba cierto tiempo caminando demasiado aprisa y se había quedado sin aliento.

—Catchpool —jadeó, mientras se enjugaba la frente con un pañuelo pulcramente doblado que había extraído del bolsillo del chaleco—, piense por un momento cuál es el primer suceso de la concatenación que acabo de describirle. ¿No es la trágica muerte del vicario y su esposa?

—Sí, quizá, pero solo si admitimos que forman parte de la misma historia que los tres asesinatos del Bloxham. No hay ninguna evidencia en ese sentido, Poirot. Sigo pensando que la desgracia de ese pobre vicario es totalmente irrelevante para nosotros.

—¿Lo mismo que el caso de la pauvre Jennie?

—Exactamente.

Reanudamos nuestro camino por la calle.

—¿Alguna vez ha intentado resolver un crucigrama, Poirot? Porque… bueno…, no sé si sabrá que estoy tratando de componer uno.

—Sería imposible vivir a tan escasa distancia de usted e ignorarlo, mon ami.

—Ah, claro, sí. Verá, he observado algo que sucede cuando uno intenta resolver las pistas de un crucigrama. Es interesante. Digamos que la pista es la siguiente: «Entre los enseres de la cocina. Siete letras», y que tenemos la primera letra, y es la C. Es muy fácil pensar: «Tiene que ser “colador”, porque es un utensilio de cocina y la palabra tiene siete letras y empieza por C». Entonces damos por sentado que hemos encontrado la solución, cuando en realidad la respuesta correcta era «cazuela», que también forma parte de los enseres de la cocina, tiene siete letras y empieza por C. ¿Entiende lo que intento decirle?

—El ejemplo no le hace ningún honor, Catchpool. En la situación que describe, yo pensaría en «colador» y «cazuela» como dos soluciones igualmente probables. Solo un majadero consideraría en exclusiva una de las respuestas, cuando las dos encajan como un guante en la definición.

—Muy bien, si quiere una teoría con las mismas probabilidades que la suya de ser correcta, ¿qué le parece esta? Richard Negus se negaba a ir a la iglesia o a guardar una Biblia en su habitación porque la desgracia que le había sobrevenido en Great Holling, fuera cual fuese, le había hecho perder la fe. ¿No cree que mi teoría también encaja como un guante? Y lo mejor es que no requiere ninguna conexión con la muerte del vicario ni de su esposa. Richard Negus no sería la primera persona que ha sufrido un golpe y se pregunta si es verdad que Dios lo quiere tanto como parece querer a los demás.

Esa última frase me salió con más vehemencia de lo que había pretendido.

—¿Usted también se lo ha preguntado, Catchpool?

Poirot me apoyó una mano en un brazo, para impedir que siguiera andando con tanta rapidez. A veces olvido que mis piernas son mucho más largas que las suyas.

—De hecho, sí, me lo he preguntado. Aun así, no he dejado de ir a la iglesia, pero puedo entender que otras personas reaccionen de otra manera.

«Por ejemplo, las personas que levantarían la voz para protestar, en lugar de quedarse calladas si alguien les dijera que tienen un acerico por cerebro», pensé. Pero a Poirot le dije:

—Supongo que todo depende de que culpemos a Dios o a nosotros mismos de nuestros problemas.

—¿Fue una mujer la causa de sus desdichas?

—Varios especímenes excelentes, todos los cuales mis padres esperaban fervientemente que yo llevara al altar. Pero me mantuve firme y no infligí a ninguna de esas jóvenes el castigo de tener que soportarme.

Volví a caminar más aprisa y Poirot tuvo que apretar el paso para alcanzarme.

—Entonces, según su buen juicio, ¿debemos olvidarnos del vicario y de su esposa, trágicamente fallecidos? ¿Debemos actuar como si no hubiéramos oído hablar del asunto, para evitar que nos haga llegar a una conclusión errónea? ¿Hemos de olvidar también a Jennie por la misma razón?

—Bueno, no. No creo que esa sea la mejor manera de proceder. No le estoy sugiriendo que olvidemos nada de lo que sabemos, sino únicamente…

—¡Le diré yo cuál es la mejor manera de proceder! Tiene que ir usted a Great Holling. Harriet Sippel, Ida Gransbury y Richard Negus no son simples piezas de un rompecabezas; no son meros objetos que podamos mover para intentar que encajen en un patrón predeterminado. Antes de morir, los tres eran personas con vidas y emociones, con inclinaciones más o menos perjudiciales y tal vez con momentos de gran sabiduría y clarividencia. Tiene que ir al pueblo donde vivieron para averiguar quiénes fueron esas tres personas, Catchpool.

—¿Yo? ¿O nosotros dos?

Non, mon ami. Poirot se quedará en Londres. Para avanzar no necesito mover el cuerpo, sino solo la mente. Irá usted y cuando regrese me presentará un exhaustivo informe de su viaje. Será suficiente. Llévese dos listas: la de personas alojadas en el hotel Bloxham en las noches del miércoles y el jueves, y la de empleados del establecimiento. Investigue si alguien de ese pueblo maldito reconoce alguno de los nombres. Pregunte por Jennie y por las iniciales P. I. J. Y no vuelva hasta que haya descubierto la historia de los trágicos fallecimientos del vicario y de su esposa en 1913.

—Poirot, tiene que venir conmigo —dije con cierta desesperación—. Estoy un poco desbordado con este asunto del Bloxham y confío en su ayuda.

—Puede seguir confiando, mon ami. Ahora iremos a casa de la señora Unsworth para ordenar nuestras ideas y preparar su viaje a Great Holling.

Siempre la llamaba «la casa de la señora Unsworth». Cada vez que se lo oía decir, recordaba que yo también solía llamarla así en otra época, antes de empezar a considerarla «mi casa».

Por «ordenar nuestras ideas», Poirot se refería a quedarse de pie cerca del fuego en el recargado saloncito lleno de flecos de color lavanda de la señora Unsworth y dictarme palabra por palabra unas notas que yo recogí al pie de la letra, sentado en una silla. Nunca, ni antes ni después de ese momento, había oído a nadie expresarse de manera tan perfectamente ordenada. Cuando intenté protestar porque me estaba haciendo escribir muchas cosas que yo ya sabía de sobra, me obsequió con una larga y rigurosa disertación sobre el tema «La importancia del método». Por lo visto, no podíamos confiar en lo que mi cerebro de acerico fuera capaz de recordar por sí solo, por lo que era imprescindible proporcionarme unas notas escritas.

Tras dictarme una lista de todo lo que sabíamos, Poirot procedió a dictarme otra de todo lo que ignorábamos, pero esperábamos averiguar. (Por un momento he pensado reproducir aquí las dos listas, pero no quiero aburrir ni indignar a nadie, tanto como me aburrí y me indigné yo mientras las escribía).

Para ser justo con Poirot, debo reconocer que cuando terminé de escribir y repasé las anotaciones, sentí que había adquirido una perspectiva mucho más clara de los acontecimientos. Más clara, pero terriblemente desalentadora. Guardé la pluma y dije con un suspiro:

—No estoy seguro de querer llevar encima una lista interminable de preguntas cuyas respuestas ignoro y que lo más probable es que ni siquiera logre responder algún día.

—Le falta confianza, Catchpool.

—Sí. ¿Qué puedo hacer al respecto?

—No lo sé. Personalmente, no es algo que me afecte. A mí no me preocupa encontrar un problema que no pueda resolver.

—¿Cree que esta vez será capaz de encontrar la solución?

Poirot sonrió.

—¿Quiere que lo anime a confiar en mí, para compensar su falta de confianza en sí mismo? Mon ami, usted sabe mucho más de lo que cree. ¿Recuerda una pequeña broma que hizo en el hotel, en relación con la llegada de las tres víctimas el miércoles, un día antes de ser asesinados? Comentó que era como si los tres hubieran recibido una invitación que dijera: «Preséntese por favor un día antes, para poder dedicar enteramente la jornada del jueves a su asesinato».

—Lo recuerdo, sí. ¿Por qué lo dice?

—Su broma se basaba en la idea de que ser víctima de un asesinato es actividad más que suficiente para toda una jornada. Atravesar el país en tren y morir asesinado, todo el mismo día, sería demasiado para cualquiera. ¡Y el asesino no quiere que sus víctimas se cansen innecesariamente! ¡Es muy gracioso! —Poirot se alisó los bigotes, como si creyera que la risa les había alterado la forma—. Sus palabras me hicieron pensar, amigo mío. Puesto que ser asesinado no requiere ningún esfuerzo por parte de la víctima, y teniendo en cuenta que el asesino no necesita ser considerado con aquellos que piensa envenenar, ¿por qué no los mató el miércoles por la noche?

—Quizá tuviera algo que hacer el miércoles por la noche —respondí.

—Entonces ¿por qué no lo organizó todo para que las víctimas llegaran al hotel a lo largo de la mañana y la tarde del jueves, y no a lo largo de la mañana y la tarde del miércoles? Si hubieran llegado el jueves, habría podido cometer el crimen a la misma hora, n’est-ce pas? Entre las siete y cuarto y las ocho y diez de la noche del jueves.

Hice un esfuerzo por parecer paciente.

—Está complicando las cosas sin necesidad alguna, Poirot. Si los tres huéspedes del hotel se conocían entre sí, como de hecho sabemos que era, es probable que decidieran pasar dos noches en Londres, por alguna razón que no guarde ninguna relación con el asesino. Y si el asesino los mató la segunda noche, fue porque le resultaba más conveniente. El asesino no los invitó al Bloxham; sencillamente, sabía que se alojarían allí y en qué momento podía encontrarlos. Además… —Me interrumpí—. No, déjelo. Es una tontería.

—Dígame la tontería que se le acaba de ocurrir —me ordenó Poirot.

—Si el asesino es una persona meticulosa por naturaleza, es posible que no haya planificado los asesinatos para el mismo día en que sabía que sus víctimas viajarían a Londres, por si los trenes se retrasaban.

—Quizá él también tenía que viajar a Londres, desde Great Holling o desde algún otro sitio. Es posible que el hombre (o la mujer, ya que también cabe esa posibilidad) no quisiera hacer un viaje agotador y cometer tres asesinatos, todo en un mismo día.

—Incluso en ese caso, las víctimas habrían podido llegar el jueves, ¿no cree?

—Pero no fue así —se limitó a decir Poirot—. Sabemos que llegaron un día antes, el miércoles. Por eso, he empezado a preguntarme si no habría algo que debiera suceder necesariamente antes de que se cometieran los tres asesinatos y que implicara a la vez al asesino y a las tres víctimas. De ser así, es posible que el asesino no haya viajado desde lejos para venir hasta aquí, sino que viva en Londres.

—Puede ser —concedí yo—. Pero todo esto es una manera larga y complicada de reconocer que no tenemos ni la más remota idea de lo que realmente sucedió, ni por qué. Y si no recuerdo mal, ese fue mi diagnóstico de la situación desde el principio. Ah, una cosa más…

—Dígame, mon ami.

—No he tenido valor para decírselo hasta ahora y sé que no va a gustarle, pero los gemelos con el monograma…

Oui?

—Usted le preguntó a Henry Negus si conocía a alguien con las iniciales P. I. J., pero me temo que esas no son las iniciales del dueño de los gemelos, sea quien sea. Yo diría más bien que las iniciales deben de ser P. J. I. Mire. —Reproduje de memoria el monograma en el dorso de uno de mis papeles, tratando de imitar la disposición de las letras en los gemelos—. ¿Se da cuenta de que la I, que está en el centro, es bastante más grande que la P y la J, que están a los lados? Es un estilo de monograma bastante corriente. La letra más grande corresponde al apellido y está en el centro.

Poirot frunció el ceño e hizo un gesto de incredulidad.

—¿Las iniciales del monograma están desordenadas deliberadamente? Nunca había oído nada igual. ¿A quién se le habría ocurrido algo semejante? ¡Es absurdo!

—Le aseguro que es una práctica muy común, créame. Mis colegas en la central tienen gemelos con este tipo de monogramas.

Incroyable. ¡A los ingleses les es indiferente el orden correcto de las cosas!

—Bueno, sea como sea…, tendremos que preguntar por P. J. I. cuando vayamos a Great Holling, y no por P. I. J.

Fue un intento desesperado, pero Poirot descubrió enseguida mi triquiñuela.

—Cuando vaya usted a Great Holling, amigo mío —replicó—. Poirot se quedará en Londres.