Múnich, 10 de la mañana, 1 de agosto de 1914
Hércules, Alicia y Lincoln corrieron para coger el tranvía. Cada vez había más gente en las calles y en algunas zonas apenas se podía caminar sin tropezar con decenas de hombres, especialmente jóvenes bebidos. Tomaron el tranvía y llegaron a la calle donde se alojaba Adolf Hitler. Llamaron a la puerta y apareció un hombre corpulento, de cara pecosa y pelo rubio.
—¿Qué desean?
—¿Está el sr. Hitler? —preguntó Hércules, mientras miraba al interior por encima del hombro del sr. Popp.
—¿Cómo dice?
—Adolf Hitler.
—¿Aquí no hay nadie con ese nombre?
—No mienta. Sabemos perfectamente que aquí se aloja el sr. Hitler. Se trata de un tema de vital importancia.
—Les he dicho que no vive aquí nadie con ese nombre —dijo el sr. Popp intentando cerrar la puerta.
Hércules le empujó con todas sus fuerzas y el sr. Popp perdió el equilibrio. Mientras se incorporaba en el suelo, Hércules le propinó un segundo golpe que le dejó aturdido por unos instantes.
—Sujétele las manos.
Lincoln le cogió por la espalda y le puso en pie. Hércules descargó toda su rabia sobre el sr. Poop. El hombre dio un gemido y se dobló para delante. Entonces vieron la maleta.
—Se marchaba de viaje.
—Sí —contestó.
—No juegue conmigo. He tenido un mal día y esto me ha colmado la paciencia. Le diré lo que haremos. Usted me cuenta a dónde se ha dirigido el sr. Hitler y yo le dejaré en paz, a usted y a su mujer. De otro modo, les haré mucho daño a los dos.
Alicia le miró sorprendida. Nunca había visto a Hércules tan enfadado.
—Hoy sus amigos han matado a un buen hombre y no seré yo el que permita que siga muriendo gente inocente.
El sr. Popp le observó asustado. Los ojos de Hércules no dejaban lugar a dudas, si le volvía a mentir sufriría las consecuencias.
—El sr. Hitler salió hace diez minutos para la estación de trenes, tiene la intención de abandonar la ciudad. No les puedo decir nada más.
—Una última cosa, ¿cómo es su aspecto?
—¿Cómo es su aspecto?
—Sí.
—Hay una foto suya ahí.
En el aparador de la entrada había un pequeño retrato en el que aparecía un hombre moreno, de tez muy blanca y delgado, a cada lado tenía un niño, sin duda los hijos de los señores Popp.
Lincoln soltó al hombre y este cayó al suelo. Salieron del recibidor y bajaron a la carrera las escaleras. Hitler estaba en algún punto entre la calle Scheissheimerstrasse y la estación de trenes de Múnich.