Berlín, 1 de agosto de 1914
La respuesta de los rusos la noche anterior había sido ambigua. El káiser había solicitado en un nuevo telegrama una respuesta más clara, pero por el momento no había recibido contestación. A las doce del mediodía el ultimátum expiraba, pero todos sabían que los rusos no aceptarían las condiciones del ultimátum.
El káiser miró su reloj, eran las diez de la mañana y no había podido dormir ni un minuto en toda la noche. A las tres de la madrugada se había retirado para descansar, pero notaba una opresión en el pecho que le hacía levantarse a cada instante. Vestido todavía con el pijama ordenó llamar al general Moltke.
Cuando el general llegó, el káiser ya estaba vestido y aseado, pero su rostro seguía reflejando la angustia de la noche anterior.
General, sigo teniendo mis dudas.
—Pero majestad, quedan dos horas para que expire el ultimátum, las tropas están movilizadas, Austria confía en nuestro apoyo. Rusia está movilizada.
—¿Usted cree que Prusia oriental resistirá el embate ruso? No puedo permitir que territorio alemán caiga en manos del enemigo.
—Prusia oriental resistirá, pero en el caso que no lo haga, es mejor sacrificar una parte del territorio y ganar la guerra que esperar a que los rusos se rearmen y destruyan toda Alemania.
—¡Odio a los eslavos! Sé que esto es un pecado, no deberíamos odiar a nadie pero no lo puedo evitar, los odio.
—Lo lamento, majestad.
El káiser se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar.
—Majestad, hay miles de personas frente al palacio. Todos ellos esperan que les dirija hacia la victoria. Usted ama profundamente a Alemania y se preocupa por ella, pero deje que esa multitud que le aclama fuera cumpla con su obligación. La sangre alemana teñirá muchos campos de rojo, pero de ese sacrificio surgirá una nueva Alemania más fuerte, que ocupará el lugar que merece en el mundo.
Las palabras del general le animaron. Levantó la cara y le miró directamente a los ojos.
—Alemania no quería esta guerra, pero llegada la hora, demostrará al mundo que nadie puede desafiarnos y no sufrir las consecuencias. General, ayúdeme a redactar la declaración de guerra.