Múnich, 15 de julio de 1914
La gente todavía paseaba por las calles y el olor a salchichas invitaba a algunos transeúntes a pararse en los puestos callejeros y comerlas, regadas con la sabrosa cerveza alemana. Adolfo y Lanz von Liebenfelds se pararon en uno de los quioscos y compraron algo para comer. La charla en la cervecería les había abierto el apetito. Caminaron hasta el río y sentados en un banco, comieron en silencio.
—Estamos en guerra querido Adolfo —dijo von Liebenfelds—. Una guerra entre razas, cuyo final escatológico puede verse claramente en los horóscopos.
—¿Una guerra?
—Dentro de unos años, de 1960 a 1968 Europa será invadida por otras razas no arias que provocarán la destrucción del sistema mundial. Únicamente el Mesías Ario puede impedirlo. A partir de entonces desarrollará una regeneración racial. A ésta le seguiría un nuevo milenio guiado por una nueva iglesia aria, en la que tan sólo una elite iniciada en los secretos, guiará el destino del mundo.
—El mundo volverá a ser de los fuertes —dijo Adolfo emocionado por las palabras de su mentor.
—Sí, Adolfo, una casta de monjes guerreros. Pero hay un peligro.
—¿Un peligro, maestro?
—El Mesías Ario puede ser destruido.
—¿Cómo, maestro? —dijo Adolfo sin disimular su nerviosismo. —Si alguien logra matar al Mesías Ario antes de que la guerra estalle las profecías no se cumplirán en otros mil años. —Pero nadie puede matar al Mesías Ario. —Es invulnerable, pero sólo cuando la guerra sea proclamada. Pero no te preocupes, no creo que Alemania tarde mucho en declarar la guerra. Y entonces, seremos invencibles.