Colonia, 21 de junio de 1914
Cuando llegó la noche, la oscuridad invadió todo el edificio reduciendo la luz a algunas pequeñas parcelas de claridad, por el mortecino brillo de las velas. Hércules y sus amigos, a medida que se acercaban al gigantesco relicario que conservaba los restos de los Reyes Magos, notaban que el corazón se les aceleraba. El gran relicario desprendía todo tipo de destellos dorados y sus piedras preciosas brillaban como pequeñas estrellas. Hércules fue el primero en tocar el relicario y sentir el frío envoltorio dónde descansaba una de las reliquias más importantes de la cristiandad. Lincoln y Ericeira se pusieron a uno de los lados y Hércules al otro para mover la gran tapa. Alicia alumbraba con un pequeño farol de gasolina y las sombras parecían alargarse hasta el altísimo techo de la catedral. Cualquier ruido, por insignificante que fuese, retumbaba por la inmensa nave produciendo un gran estruendo.
—Vamos, hay que darse prisa —dijo Hércules moviendo la tapa. Cuando lograron apartarla a un lado, Alicia subió a un gran murete de piedra y enfocó su luz sobre el relicario abierto.
—Hay unos huesos, pero no se ve rastro de ningún manuscrito —dijo Alicia.
—No está el libro —dijo Hércules.
—Puede que se lo llevara el archiduque o que hace siglos alguien lo encontrara y decidiera quedárselo —dijo Lincoln.
—Enfoca allí, Alicia —dijo Hércules.
La luz reflejó una gran cantidad de polvo, los huesos secos, tres calaveras casi intactas. Todo parecía normal.
—¿No lo ves Alicia? —dijo Hércules señalando con el dedo.
—¿El qué?
—Están las marcas de los dedos. Como si una mano hubiera cogido algo y sus dedos hubieran formado esos surcos.
—Puede que estén ahí desde hace mucho tiempo —dijo Ericeira escéptico.
Lincoln subió hasta la tapa y observó por unos instantes las huellas.
—Son recientes —determinó.
—¿Por qué está tan seguro? —preguntó Ericeira molesto.
—Los rastros en la arena o el polvo tienden a desaparecer en pocas semanas. Esas huellas están muy claras, son recientes. Casi se puede distinguir la forma de los dedos.
—Entonces tiene que haber sido el archiduque —dijo Alicia.
—¿Y si nos ha engañado el profesor Herder y él tiene el libro? —preguntó Lincoln.
—Parecía muy asustado.
Un ruido sobresaltó al pequeño grupo, Alicia enfocó hacia el sonido. Una figura negra se movía en la oscuridad. La española no pudo reprimir un grito y el eco de su voz invadió todo el templo en unos pocos segundos.