LA BANDERA ROJA

LA noticia de que César estaba gravemente herido corrió por el pueblo como un reguero de pólvora.

Un movimiento de terror conmovió a todo el mundo. El Cojico, el Furibis y los demás exaltados se unieron en la taberna y acordaron pegarle fuego al convento de la Peña. El Furibis tenía armas guardadas, y las repartió entre los suyos. Una mujer ató un trapo rojo a un palo, y por distintos caminos salieron de Castro y se reunieron frente a Cidones.

Iban nueve armados y varios detrás que les seguían.

Al llegar a Cidones, uno de los de la partida avanzó por la callejuela y vio dos parejas de la Guardia civil. Se discutió lo que había que hacer, y la mayoría fue partidaria de meterse en la venta del Moro, que había a la entrada del pueblo, y esperar a la noche.

Entraron, efectivamente, en ella, y contaron al Moro lo que acababan de hacer. El ventero les oyó con simulado regocijo, y les trajo vino. El tal Moro era un sujeto poco recomendable, había estado procesado muchas veces por robo y tenía mala reputación.

El Moro, mientras bebían y hablaban los sublevados, salió sin que nadie lo notara y fue a ver al cabo de la Guardia civil y le contó lo que ocurría.

—¿De manera que están armados?… —preguntó el cabo.

—Sí.

—¿Y cuántos son?

—Nueve, con armas.

—Nosotros no somos más que cinco. ¿Quiere usted hacer una cosa?

—Diga usted.

—Nosotros pasaremos al anochecer por la venta. Yo llamaré. Y usted les dice a ellos: Aquí está el cabo de la Guardia civil; guarden ustedes las armas. Ellos las guardan, y los prendemos.

—¿Y a mí se me dará algo por este servicio? —preguntó el Moro.

—Natural.

—¿Qué me van a dar?

—Ya se verá.

La emboscada se llevó a cabo tal como la habían urdido; el Moro representó la comedia a la perfección.

Al saber que el cabo de la guardia civil quería entrar, los sublevados, por consejo del ventero, dejaron las armas en un cuarto próximo. En el mismo instante, los cristales de las ventanas saltaron hechos trizas, y les soldados de la Guardia civil hicieron, a boca de jarro, tres descargas cerradas. Dos mujeres y cuatro hombres cayeron muertos; los heridos, entre los que estaba el Cojico, fueron conducidos al hospital, y sólo uno logró escapar.