ELOGIO DE LA VIOLENCIA

LA excitación entre los reunidos era terrible. El Cojico, era el más valiente: era partidario de que saliesen en aquel momento y asaltaran la cárcel.

Cuando hablaron todos, César se levantó y les invitó a que esperaran. Si al día siguiente su candidatura triunfaba, él les prometía que al momento estaban los presos libres; si no triunfaba y los presos seguían allá…

—Entonces, ¿qué se hace? —dijo una voz.

—¿Qué se hace? Yo soy partidario de la violencia —contestó César—: incendiar la cárcel, pegarle fuego al pueblo, estoy dispuesto a todo.

Sí, en aquel momento creía que había tenido demasiadas complacencias.

—El primer deber de un hombre es violar la ley —gritó—, cuando la ley es mala. Todo se debe a la violencia y a la guerra. Iré en el sitio del peligro. Ahora mismo, cuando queráis. ¿Queréis que asaltemos la cárcel? Vamos ahora mismo.

Aquello de asaltar la cárcel no les parecía a los reunidos una cosa fácil. Se podía intentar, trepando por el cerro, el sorprender a la guarnición de la cárcel, pero era difícil. Según el Furibis, lo mejor era que diez o doce salieran a la calle con escopetas y pistolas, y dispararan a diestro y siniestro.

Al alboroto saldría la Guardia Civil, y entonces era el momento de que los demás entraran en la cárcel y echaran a la calle a los presos.

Otro dijo que le parecía mejor acercarse cautelosamente a la casa cuartel de la Guardia civil, matar al centinela y apoderarse de los fusiles.

—Decidid —dijo César—. Yo estoy dispuesto a todo.

La actitud de César hizo calmarse a los exaltados, y comprender que no se asaltaba la cárcel tan fácilmente.

Serían las once cuando concluyó la reunión de la taberna; decidieron esperar a ver lo que ocurría al día siguiente, y uno a uno fueron saliendo todos.

—Le acompañaremos a usted, don César —le dijeron unos cuantos.

—No, ¿para qué?

—Mire usted que hay gente que le puede a usted atacar. Juan el Babas está libre en Castro.

—¿De veras?

—Sí.

—Contra mí no puede tener nada ese matón.