EL MITIN

LOS liberales intentaron celebrar una manifestación de protesta; pero el delegado y el alcalde la prohibieron.

El periódico La Libertad explicó lo que pasaba y fue denunciado. Se organizó un mitin en la escuela; el gobernador había concedido el permiso.

La escuela no tenía iluminación, y César mandó un hombre a la capital por lámparas de acetileno, que se fueron colocando en las paredes, y que echaban un olor detestable. A las nueve de la noche comenzó la reunión. Presidía César y tenía a la derecha a San Román, el librero, y a la izquierda, al doctor Ortigosa.

Detrás de ellos, en un banco, había una porción de socios del Centro Obrero.

El público lo formaban lo más pobre del pueblo; el elemento liberal rico se iba retrayendo; había braceros envueltos en tapabocas, mujeres de mantón con chiquillos en brazos. Entre el público aparecieron los agentes provocadores, que sin duda llevaban el propósito de turbar el orden; pero el librero republicano mandó echarlos del local, y a pesar de que ellos se resistían, lo llegó a conseguir.

El jefe de la Policía, insultante y desdeñoso, se sentó en la mesa con un cabo de la Guardia civil, vestido de paisano, que venía, según dijo, a tomar notas.

San Román, el librero, dio a César un papel con el nombre de los que iban a hablar. Eran muchos y César no los conocía.

El primero a quien concedió la palabra, por el orden de la lista, fue un muchacho cojo, que se adelantó ante el público, apoyado en una muleta, y comenzó a hablar.

El muchacho se expresaba con un gran entusiasmo y una admirable ingenuidad.

—¿Quién es este chico? —preguntó César a San Román.

—Pues es el mejor alumno de nuestra escuela. Le llamamos todos el Cojico. Es de una familia muy pobre. Vino a la escuela hace un año, sin saber nada, y hoy ya ve usted. El maestro está entusiasmado con él. Dice, y creo que tiene razón, que si sigue estudiando va a ser una eminencia.

El público aplaudía a cuanto decía el Cojico y cuando concluyó le saludó con aclamaciones y vivas. Al volver a su asiento, César y San Román le estrecharon la mano efusivamente.