LA DUDA

EN la primavera fueron los dos a Castro, y los del Centro Obrero se presentaron a César a recordarle un proyecto de Cooperativa y Escuela que les había prometido. Estaban todos dispuestos a cotizar lo necesario para realizar los dos planes.

César les oyó, y aunque con gran frialdad, dijo que sí, que estaba dispuesto a iniciar el proyecto. Pocos días después, en La Protesta, del doctor Ortigosa, se hablaba con entusiasmo de la Gran Cooperativa, que, establecida, mejoraría y abarataría al mismo tiempo los artículos de primera necesidad.

El mismo día en que salió el periódico con la noticia, una comisión de comerciantes de Castro fue a ver a César. El proyecto les arruinaba. Sobre todo, los pequeños comerciantes eran los que se consideraban más perjudicados.

César les contestó que lo pensaría, y que resolvería de un modo equitativo, buscando la manera de armonizar los intereses del pueblo. Realmente, no sabía qué hacer, y como no tenía gran deseo de comenzar nuevas empresas, quiso dar la Cooperativa por muerta, pero el doctor Ortigosa no estaba dispuesto a abandonar la idea.

—Claro que si se pone más barato el género —dijo el doctor— y se abre la Cooperativa al pueblo, los comerciantes tendrán que luchar con ella, y entonces ellos o nosotros nos arruinaríamos; pero se puede hacer otra cosa, y es dar los artículos al mismo precio al público que los tenderos, y hacer que los asociados se beneficien con las ganancias de la sociedad. Así no hay lucha, al menos al principio.

Se intentó hacerlo así; pero esto no contentaba a la gente pobre, ni tranquilizó a los tenderos.

César, que había perdido su afán de lucha, descuidó el proyecto y, aunque le costaba más, decidió que se comenzara la construcción de la escuela.

El Ayuntamiento cedió los terrenos y además concedió una subvención de cinco mil pesetas para que se comenzara la obra; César dio diez mil, y en el Centro Obrero se inició una suscripción y se celebraron funciones de teatro para reunir fondos.

La escuela prometía ser un edificio amplio, con un hermoso jardín. Se puso la primera piedra, asistió el gobernador de la provincia, y a pesar de que la intención de los fundadores era establecer una escuela laica, el elemento clerical tomó parte en el acto.

Al comenzar la obra, la mayoría de los socios del Centro quedaron asombrados al ver que los albañiles, en vez de trabajar en las mismas condiciones que en las demás obras, pedían más jornal, como si la escuela donde podían estudiar sus hijos fuera una institución más perjudicial que beneficiosa para ellos.

César, al saberlo, sonrió amargamente y dijo:

—No tienen obligación de ser menos brutos que los burgueses.

César, desde Madrid, siguió mandando para la escuela planos, láminas, figuras en relieve, un aparato de proyecciones…

El doctor Ortigosa y sus amigos iban todos los días a vigilar los trabajos.

Al año de comenzar las obras se inauguró la escuela de niños y de niñas. El doctor Ortigosa consiguió que de los tres maestros que trajeron, los tres fueran librepensadores; uno de ellos, un pobre hombre que había pasado una vida perra en un pueblo de Andalucía, tenía fama de anarquista. Nombraron también tres maestras, dos ya viejas y una joven, una muchacha muy simpática y muy lista, que venía de un pueblo próximo a Bilbao.

César tomó parte en la inauguración, habló en ella y recibió los aplausos entusiastas de la gente. A pesar de esto, César se sentía mal entre sus antiguos amigos; por dentro comprendía que los estaba abandonando. Pensaba que era difícil, casi imposible, que aquel pueblo llegara a salir de la oscuridad y a significar algo en la vida moderna. Además, dudaba de sí mismo, empezaba a creer que no era el héroe, empezaba a creer que se había asignado un papel superior a sus fuerzas, precisamente en el momento mismo en que el pueblo tenía más fe en él.