LAURA EN CASTRO

LLEGÓ un período de nuevas elecciones y César se presentó en Castro Duro. Don Calixto, que había casado a sus dos hijas y se encontraba aburrido sin poder mangonear en el pueblo, decidió establecerse en Madrid. Primeramente pensó ir a pasar una temporada a la corte, pero luego se decidió a quedarse y mandó trasladar los muebles.

Por lo que se dijo, don Calixto no tenía gran cariño por el viejo palacio de los duques de Castro Duro, y César le propuso que le alquilara la casa.

Don Calixto vaciló; en Castro seguramente se hubiera negado, pero viéndose en Madrid, aceptó. Su mujer le dio el consejo de que si tenía algún escrúpulo pidiera más dinero. Quedaron de acuerdo en que César le pagaría tres mil pesetas al año por la parte que antes habitaba don Calixto.

César tenía esta vez ganada la elección, y en ella no hubo la menor lucha; era el gran cacique de Castro un cacique bueno, aceptado por todos, menos por los clericales.

César tenía dinero, y escribió a su hermana que fuera a Castro a verle en su mansión señorial. Laura se presentó el otoño en Madrid, y los dos hermanos juntos fueron a Castro. La aparición de Laura en el pueblo fue de las más sensacionales. Al principio se dijo que era la mujer de César; otros decían que era una cómica, hasta que se enteró todo el mundo de que era su hermana.

Laura, realmente, abusó de su superioridad; fue con todo el mundo de una amabilidad y de un encanto irresistibles; la mayoría de los hombres de Castro Duro no hablaban más que de ella, y las mujeres le odiaban a muerte.

El ser marquesa, sobrina de un cardenal y hermana del diputado le daba, además, un prestigio social terrible.

La que se agregó a ella, encantada de tener una amiga así, fue la Amparito. A todas horas iba en su automóvil al palacio a buscar a Laura y a charlar con ella. Por la tarde paseaban las dos por las tierras del padre de la Amparito, en donde los labradores que estaban trillándolas recibían como a reinas.

A Laura lo que le encantaba era el jardín salvaje de casa de don Calixto, con sus granados y sus laureles, y su torreón sobre el río, lleno de plantas trepadoras y de adelfas.

—Debías comprar esta casa —le decía a César.

—Valdrá mucho.

—¡Ca! Eso lo podías arreglar de una manera admirable. Te casabas y vivías aquí hecho un príncipe.

—¿Casarme?

—Sí. Con la Amparito. Esa chica es un encanto. Hará una mujercita admirable. Hasta para tu respetabilidad como diputado te conviene casarte. Un político soltero parece mal.

César no hacía caso de estas advertencias y seguía llevando una vida antisocial. Montaba a caballo y recorría los alrededores, se enteraba de todos los asuntos y los resolvía. Con esto se daba un enorme trabajo, que no se notaba en los resultados; pero él esperaba llegar a conquistar por completo el distrito y luego extender su radio de acción a otros y a otros.

A los quince días de estar en Castro Duro, Laura se fue a Biarritz, como era su costumbre todos los años.