EL PATRONATO

POCO después de iniciarse estas mejoras en el Centro, sin ostentación, sin ruido, aparecieron en Castro Duro dos sociedades un tanto misteriosas: el Patronato de San José y la Caja Agrícola. En un momento el Patronato de San José se encontró con un crecido número de asociados y protectores. Todos los grandes terratenientes de los contornos, entre ellos el padre de la Amparito, se comprometieron a no llevar otros braceros que los inscritos en el Patronato.

En las aldeas próximas se inscribieron los vecinos en masa. Al mismo tiempo que esta sociedad importante, el Padre Martín y sus amigos instalaron la Caja Agrícola Castreña, que tenía por objeto hacer préstamos, con un interés reducido, a los pequeños propietarios.

Las dos instituciones católicas se plantaron enfrente de la obrera en competencia. El pueblo quedó dividido; los católicos eran los más y los más ricos; los liberales, los más decididos y entusiastas. Los católicos habían dado un carácter resignado a sus gentes.

Además, el nombre de católicos puesto a los individuos de las dos sociedades clericales hacía que los que no pertenecían a ellas asegurasen el no ser católicos con gran tranquilidad.

Los clericales llamaban a sus enemigos los moncadistas, y por extensión, los sectarios, los ateos y ácratas. En el casco del pueblo había mayoría moncadista; en los alrededores eran todos católicos del Patronato.

Generalmente los católicos solían ser maltratados de palabra y de obra por los moncadistas; los del Centro Obrero tenían a los del Patronato por cobardes y por traidores.

El padre Martín no quería, sin duda, que los suyos se distinguieran por su mansedumbre cristiana, y puso de conserje del Patronato a un matón que llamaban Juan el Babas. Este Juan era un muchacho que vivía sin trabajar; tenía madre y dos hermanas modistas, a quienes sacaba el dinero, y se pasaba la vida en tabernas y garitos.

El Babas comenzó a insultar a los del Centro, sobre todo a los muchachos, y a desafiarlos por cualquier motivo. El doctor Ortigosa fue a ver a César y le explicó la situación. El Babas era un cobarde, no se atrevía más que con algunos obreros pacíficos; pues si hubiera desafiado al Furibis o al Panza o alguno de los ferroviarios del Centro, estos le hubieran dado su merecido; pero a pesar de la cobardía del Babas, infundía terror entre los jovencitos y los aprendices.

El doctor Ortigosa era partidario de llevar otro matón para que se encargara de sacar las tripas al Babas.

—¿Y a quién le vamos a llevar? —preguntó César.

—Conocemos a uno —dijo Ortigosa.

—¿Quién es?

—El Montes.

—¿Qué clase de tipo es?

—Un bandido como el otro, aunque más valiente.