CÉSAR COMIENZA SU OBRA

CON el dinero de la Bolsa, César se estaba haciendo el amo de Castro Duro. En el Congreso iba tomando una actitud liberal, y se encontraba en situación de abandonar la mayoría conservadora con cualquier motivo.

A esta posición política correspondía su campaña en Castro Duro: había levantado el Centro Obrero y pagado sus deudas. El Centro había sido fundado por los obreros de una fábrica de hilados, ya cerrada. El número de socios era muy pequeño, y lo sostenían principalmente los obreros y empleados del tren y algunos tejedores.

Al saber que iba a ser cerrado por falta de recursos, César se comprometió a sostenerlo. Pensaba dotar de una biblioteca al Centro e instalar en el campo una escuela. Al ver que el diputado patrocinaba el Centro; una porción de trabajadores de toda clase se inscribieron. Se nombró una nueva Junta, en la cual César era el presidente honorario, y el Centro Obrero renació de sus cenizas. Los republicanos y el pequeño grupo de socialistas, tejedores casi todos, estaban con César y le prometieron votarle en las elecciones próximas.

Algunos republicanos, al ir a Madrid a saludar a César, le decían que debía declararse republicano. Ellos le votarían con entusiasmo.

—No, ¿para qué? —les contestaba César—. ¿Vamos a hacer algo más en Castro siendo yo republicano que no siéndolo? Además de que no saldría diputado y de que no podría tener entonces influencia, a mí me tienen sin cuidado las formas de Gobierno; hasta no me importa que se tenga una idea verdadera o mentirosa. Yo lo que quiero es que el pueblo se mueva: por un mito o por una realidad. Un político debe buscar, ante todo, la eficacia, y hoy el mito republicano en Castro no sería eficaz.

Los republicanos en general no iban muy satisfechos de las palabras de César, y decían al dejarle:

—Es un hombre muy raro, pero nos favorece y hay que seguirle.

A la reapertura del Centro Obrero se le dio en Castro proporciones de acontecimiento. César era partidario de inaugurar el Centro sin solemnidad alguna, sin llamar la atención de los clericales, pero los socios del Centro querían, por el contrario, dar un trágala a los reaccionarios, y César no tuvo más remedio que prometer su asistencia a la inauguración.

—¿Quieres venir a Castro? —le dijo César a Alzugaray.

—¿Qué vas a hacer allí?

—Vamos a inaugurar un Centro.

—¿Y vas a hablar?

—Sí.

—Bueno, iremos a oírte. Probablemente lo harás bastante mal.

—Es posible.

—Y no le gustará a nadie lo que digas.

—También es posible. Pero eso no importa. ¿Vendrás?

—Sí. ¿Habrá oradores pintorescos?

—Los hay, pero no hablarán. Hay uno, el tío Chino, que es una especialidad. Ese ha dicho, pintando el estado actual de España, esta frase magistral: «El clericalismo en auge, la inmoralidad en las alturas, la deuda cada vez más flotante…»

—Está muy bien.

—Ya lo creo; ha tenido otra frase feliz criticando la administración española. «¿Para qué se escriben, inútilmente, tantos papeles?» —dijo una vez—. «Para que las ratas, esos inmundos reptiles, los vayan devorando…»

—También está muy bien.

—Es un hombre sin ilustración, pero muy inteligente. ¿Conque vas a venir?

—Sí.

—Entonces en la estación nos reuniremos.