EL DINERO DE LA BOLSA

A pesar de que César no se distinguía gran cosa en el Congreso, trabajaba mucho. Su actitud se desarrollaba principalmente en dos puntos: la Bolsa y Castro Duro.

César había encontrado un socio para jugar a la Bolsa, un capitalista bilbaíno, a quien había convencido de la exactitud de sus métodos. El señor Salazar había depositado, a nombre de César, treinta mil duros; César con esta suma jugaba millones y arrancaba a la Bolsa un dividendo extraordinario.

Las jugadas se hacían a nombre de Alzugaray, que era el que tenía el cargo de ir todos los meses a ver al agente, a firmar y a recoger los papeles de la Bolsa. César daba las órdenes por teléfono, y Alzugaray se las comunicaba al agente.

Muchas veces Alzugaray iba a ver a César y le decía:

—El agente ha venido espantado a mi casa, a decirme que es un disparate lo que se va a hacer.

—Tú, déjalo —decía César—. Ya sabes nuestro contrato. Tú tienes el diez por ciento de las ganancias por dar las órdenes. No te metas en más.

Muchas veces, al ver el resultado positivo de las especulaciones de César, Alzugaray le preguntaba:

—¿Pero es que te enteras en el ministerio de lo que va a pasar?

—¡Ca! —decía César—; la Bolsa no es una cosa caprichosa como crees tú, hay indicios; yo me atengo a una porción de datos que me dan indicaciones: el cupón, el valor de las primas, el cálculo de probabilidades, y todo esto científico lo relaciono con observaciones empíricas difíciles de explicar. En esta situación, el acontecimiento es lo que menos me importa. ¿Qué va a ver revolución o guerra carlista?… Me tiene sin cuidado.

—Pero eso es imposible —decía Alzugaray—. Yo, permítme que te lo diga, pero no te creo; tú tienes tu secreto y eso te sirve.

—¡Pero qué fantásticos sois todos! —exclamaba César—; os resistís a creer en el razonamiento y, sin embargo, creéis en el milagro.

—No, si yo no creo en el milagro; pero no me explico tus procedimientos.

—¡Claro! ¡Qué te vas a explicar! ¡Si no conoces el mecanismo de la Bolsa! Tengo la seguridad de que no te has fijado en el mecanismo del alza producida por la integración del cupón, y en cómo se limita esa alza por la dobla. Di. ¿Sabes tú lo que es eso?

—No.

—Pues, entonces, ¡cómo vas a entender nada!

—Bueno; pues explícame eso.

—No hay inconveniente. Tú sabes que la tendencia natural de la Bolsa es, a subir.

—A subir y a bajar —interrumpió Alzugaray.

—No, a subir sólo.

—No lo veo.

—La tendencia general de la Bolsa es a subir, porque teniendo que bajar cada trimestre ochenta céntimos que representa el cupón, si la Bolsa no subiera para compensar esta pérdida, el papel llegaría a cero…

—No comprendo —dijo Alzugaray.

—Figúrate tú un hombre que está en una escalera; si de cuando en cuándo le obligas a bajar un escalón, necesariamente, para quedar en el mismo punto que antes, tendrá que volver a subirlo, porque si no hiciera esto iría llegando al portal.

—¡Ah! Claro.

—Pues ese hombre que está en la escalera es la cotización, y ese trabajo mecánico de ir ganando esa pérdida trimestral, es lo que se llama la integración del cupón.

—No me convences.

Alzugaray no quería oír estas explicaciones; se había formado una opinión que no tenía mucha base, pero no aceptaba que César, razonando, pudiera llegar a vislumbrar un procedimiento de inducción y de deducción, donde otros no veían más que casualidad.