FUERZAS POLÍTICAS DE CASTRO

EN su paseo, don Calixto me ha hablado de los inmensos beneficios que ha hecho al pueblo y de las ingratitudes que va recogiendo.

Yo recordaba, al oírle, un periodiquito de Madrid, que no tenía más objeto que dar bombos a precios módicos, y que hablando de un fabricante de Cataluña decía: El señor Tal es el cacique más poderoso de la provincia de Tarragona, y aun así, hay algunos que le disputan su cacicato.

Don Calixto se asombra de que después de haber hecho el honor a los castreños de prestarles al ochenta o al noventa por ciento, no le tengan cariño. Tras del jardín hemos visto la casa; no te digo nada de ella, no quiero que me vuelvas a acusar de ruskiniano.

Al llegar a la sala, don Calixto me ha dicho:

—Voy a presentarle a mi familia.

Ha habido entrada, saludos ceremoniosos por mi parte, sonrisas… toda la lira. La señora de don Calixto es una gorda insignificante; las dos hijas, sosas, desgarbadas, y nada bonitas, y con ellas estaba una chiquilla de unos quince a diez y seis años, sobrina de don Calixto, un verdadero diablillo que se llama Amparo. Esta Amparo es chatilla, menudita, con los ojos negros y una vivacidad y una malicia extraordinarias. En la comida me llegó a azorar la tal niña.

He hablado con la mujer de don Calixto y con sus hijas gravemente de Madrid, de las compañías de teatros que vienen al pueblo, de sus conocimientos cortesanos.

La niña nos ha interrumpido trayéndonos el gato y poniéndole un lacito, y haciéndole andar luego sobre el teclado del piano.

A la una y media hemos ido al comedor; la comida ha sido kilométrica; la conversación ha versado acerca de Roma y París; don Calixto ha bebido de más; yo también, y al final de la comida ha habido su poquito de brindis, en el cual se han puesto de manifiesto mis intenciones políticas.

La hija mayor, que se llama Adela, me ha preguntado si me gustaba la música; la he dicho que sí, casi cerrando los ojos, que con delirio, y hemos pasado al salón. He escuchado, sin darme cuenta, una porción de sonatas en los horrores de la digestión, diciendo de cuándo en cuándo: ¡Magnifico! ¡Qué admirable!

El padre estaba encantado, la madre encantada, la hermana lo mismo; la chiquilla era la que me miraba con sus ojos negros interrogadores; debía pensar: ¿Qué clase de pájaro será este? Creo que la condenada chica se daba cuenta de que estaba representando una comedia.

A eso de las cuatro las señoras y yo hemos salido al jardín. Don Calixto tiene la costumbre de dormir la siesta y se ha marchado. Yo he logrado despejarme con el aire libre. La señora de don Calixto me ha enseñado una parte abandonada de la casa, en donde hay una cocina antigua, que es grande como una catedral, con una chimenea de piedra como un altar mayor, con las armas de los duques de Castro. Hemos charlado; he estado muy amable con la madre, atento con las hijas y frío e indiferente con la sobrinita. Estaba ya aburrido, después de agotar todos los motivos de conversación, cuando ha aparecido de nuevo don Calixto y me ha llevado a su despacho.

La conferencia ha sido importante; me ha explicado la situación de las fuerzas conservadoras del distrito. Estas fuerzas están representadas, principalmente, por tres hombres: don Calixto, un señor don Platón y un fraile. Don Calixto representa la tendencia conservadora moderna, y es como si dijéramos el Cánovas del distrito; con él están los socios ricos del Casino, el juez de Instrucción, los médicos, los grandes propietarios, etcétera. Don Platón Peribáñez, platero de la calle Mayor, representa los mestizos; su gente es menos brillante, pero más convencida y más disciplinada; forman este partido platoniano o platónico cereros, plateros, pequeños comerciantes y los curas pobres. El fraile, que representa el tercer núcleo conservador, es el padre Martín Lafuerza. El padre Martín es prior del convento de franciscanos que se estableció aquí desde que la Congregación fue expulsada de Filipinas.

El padre Martín es un ultramontano con toda la barba; él dirige curas, frailes, monjas, beatas, y es el dueño absoluto de un pueblo de al lado que se llama Cidones, en donde las mujeres son muy devotas.

A pesar de su devoción, la fama de estas damas no debe ser muy buena, porque hay un proverbio, por cierto no muy galante, que dice así: En Cidones, ni mujer, ni mula tomes; en Griñón, ni mujer ni mula, ni lechón.

Contra estos tres núcleos conservadores hay los amigos del actual diputado, que no representan nada más que el elemento oficial, que está siempre con los que mandan, y una pequeña guerrilla que se reúne en el Casino Obrero, y que está compuesta principalmente por un librero republicano, por un boticario inventor de explosivos, también republicano; por un médico anarquista, por un tejedor librepensador, y por un tabernero a quien llaman el Furibis, que es, además, contrabandista y hombre de pelo en pecho.