PRIMEROS PASOS

Y tú, ¿qué has hecho en todo el día? Cuenta.

—Creo, amigo Alzugaray —dijo César—, que puedo decir, como mi tocayo Julio: Veni, vidi vici.

—¡Demonio! ¿El primer día?

—Sí.

—A ver. ¿Qué ha pasado?

—He salido de casa y he entrado en el café de abajo. No había nadie más que un chico; le he pedido una botella de cerveza y le he preguntado si se publicaba algún periódico aquí; me ha dicho que el Correo de Castro, semanario independiente. Le he indicado que buscara algún número, aunque fuera atrasado, y me ha traído estos dos. Les he echado un vistazo, y luego, como si no me interesara gran cosa, he interrogado al chico acerca de don Calixto.

Primera impresión que he obtenido, que don Calixto es la persona más influyente del pueblo; segunda, que al lado de él, con él o en contra de él, hay un señor don Platón Peribáñez, casi tan influyente como don Calixto. Después he leído con atención los dos números del periódico de Castro, y por su lectura he visto que hay aquí una cuestión un tanto turbia de un Asilo, en donde parece que se han cometido irregularidades. Hay un librero republicano, que es concejal, a quien apoya un Centro Obrero, y que pide en el Ayuntamiento el esclarecimiento de los hechos, y los partidarios de don Calixto y de don Platón rechazan esta idea, como atentatoria a la hidalguía, a la honradez y al buen nombre de personalidades tan respetables.

Averiguadas estas noticias, para mí de interés, me he largado a la iglesia y he oído la misa de once entera.

—Muy bien. Eres todo un hombre.

—Al terminar la misa me he acercado al arco del baptisterio y me he quedado contemplándolo, como si sintiera los más terribles síntomas de la efusión por la piedra tallada. Después he entrado en la capilla mayor, que es al mismo tiempo panteón de los duques de Castro Duro, cuyas tumbas se encuentran en los nichos del costado del presbiterio. Estos nichos están adornados por una florecencia de arte gótico de lo más alegre y bonito, y entre tanta filigrana de piedra se ven las estatuas yacentes de unos cuantos caballeros y de un obispo, que a juzgar por su espada debía ser también un guerrero.

No quedaba gente; el cura, un viejo simpático, se ha fijado en mí y me ha preguntado lo que me parecía el arco; yo, como llevaba la lección aprendida, he hablado del arte románico del siglo XII y XIII, como un profesor, y entonces, él me ha llevado a la sacristía y me ha enseñado dos tablas que yo he dicho que eran del siglo XV.

—Eso dicen —añadió el cura—. ¿Usted cree que serán italianas, o alemanas?

—Italianas, seguramente; italianas del Norte. Lo mismo podría haber dicho alemanas del Sur; pero había que decidirse por algo.

—¿Y valdrán? —me ha preguntado él entonces con ansiedad.

—Hombre, según —le he dicho yo—. Un chamarilero ofrecería a usted cien o doscientas pesetas por cada una; en Londres o en Nueva York, bien vendidas, pueden valer veinte o treinta mil francos.

El páter ha echado fuego por los ojos.

—¿Y qué habría que hacer para eso? —me ha preguntado.

—Hombre, yo creo que habría que hacer unas fotografías buenas, y enviarlas a unos cuantos marchantes y a los museos de los Estados Unidos.

—¿Habría que escribir en inglés?

—Sí; sería lo más conveniente.

—Aquí no creo que hay nadie que sepa…

—Yo lo haría, con mucho gusto.

—¿Pero usted va a estar algún tiempo aquí?

—Sí; es probable. Me ha preguntado a qué venía a Castro Duro, y le he dicho que no tenía más objeto que visitar a don Calixto García Guerrero.

Asombro del cura.

—¿Le conoce usted?

—Sí. Le he conocido en Roma.

—¿Sabe usted dónde vive?

—No.

—Pues yo le acompañaré.

—Hemos salido el cura y yo a la calle; él ha querido cederme la acera; yo me he opuesto como si fuera un crimen; él me ha dicho que estaba más acostumbrado que yo a andar sobre los guijarros, y al fin, él por la acera y yo por el arroyo, hemos llegado a casa de don Calixto.

—¿Estaba en casa? —preguntó Alzugaray.

—Sí —dijo César—. Por cierto que hemos saludado en el camino al actual diputado a Cortes, el que será mi contrincante en las próximas elecciones, el señor García Padilla.

—¡Hombre! ¡Qué casualidad! ¿Qué tipo es?

—Es alto, de nariz aguileña y rojiza, bigote entrecano, lleno de cosmético, mal tipo.

—¿Y es liberal?

—Sí; es liberal, porque don Calixto es conservador. En el fondo, nada.

—Bueno. Sigue.