DE CERCA

VIAJAR con una mujer a quien no se quiere, por muy bonita que sea, produce una serie de desencantos. Parece que se van buscando y analizando los defectos con microscopio. En estos días que he acompañado a Susana he descubierto en ella una porción de imperfecciones físicas y morales. Hay momentos en que se transparenta en ella una expresión de egoísmo y de brutalidad verdaderamente desagradables; luego es autoritaria, vanidosa, y trata de imponer su voluntad siempre.

Hemos estado en Siena, que es una especie de Toledo, formado por callejones estrechos. Hacía mucho calor. Nos hemos aburrido, sobre todo ella, que no tiene sentido artístico alguno.

Hemos pasado dos días en Florencia, una noche en Bolonia, otra noche en Milán, y después de vacilar si sería mejor ir al lago de Como o a Suiza, hemos venido a Ginebra a pasar unos días.

Viajando así, en trenes de lujo, se encuentran los viajes más insípidos que de ningún otro modo. Todos los sleeping iguales, toda la gente igual, todos los hoteles iguales. Realmente es estúpido.

Es más estúpido todavía viajando con una mujer que llama la atención por donde pasa. Llama la atención nada más; pero no despierta ninguna simpatía. Ella, en el fondo, no se explica el por qué siendo una mujer hermosa y distinguida no tenga nadie que la quiera desinteresadamente. Nota que todos los jóvenes elegantes que se dirigen a ella van a la mujer hermosa y rica.

Y ella cree que debían de extasiarse ante su espiritualidad y ante el repertorio de frases hechas que tiene para sus conversaciones.