PASARON a otra sala, la Sala de los Santos, y Kennedy llevó a César delante del fresco llamado La disputa de Santa Catalina con el emperador Maximiliano.
—El lugar de la escena —dijo Kennedy— lo ha puesto el Pinturicchio delante del arco de Constantino. El artista le ha añadido esta inscripción: «Pacis cultori», y más arriba ha estampado el toro de los Borgias. El asunto es la discusión entre el emperador y la santa. Maximiliano, sentado en un trono, bajo dosel, escucha a Santa Catalina, que cuenta los argumentos que ha empleado en su disputa con los dedos. ¿Quién es el que sirvió de modelo para la figura de Maximiliano? Primero se supuso que César Borgia; pero, como usted puede observar, el tipo del emperador representa un hombre de veintitantos años, y cuando el Pinturicchio pintó esto, César tendría diez y siete; así que es más lógico suponer que el modelo debió de ser el hijo mayor del Papa, o sea el duque de Gandía. De este duque de Gandía dice un cronista del tiempo, que así como su hermano César era grande entre los impíos, era este bueno entre los grandes. Luego la leyenda o la historia, lo que sea, dice que César mandó asesinar a su hermano mayor en un rincón del Ghetto, y que el Papa, su padre, al saberlo, se volvió como loco, y se presentó en pleno Consistorio con las vestiduras rasgadas y los cabellos cubiertos de ceniza.
—¡Qué amor por el simbolismo tradicional! —dijo César.
—No todos son tan antitradicionalistas como usted. Sigo con mi explicación —añadió Kennedy—. La Santa Catalina tiene los rasgos de Lucrecia Borgia. Es pequeña y esbelta. Lleva el pelo suelto; una gorrita con una cruz de perlas que le cae sobre la frente, y un collar, también de perlas. Tiene los ojos grandes; la expresión candorosa. Cagnolo de Parma dirá de ella, cuando vaya a Ferrara, que tiene il naso profilato y bello, li capelli aurei, gli occhi bianchi, la bocca alquanto grande con li denti candidissimi. A esta muchachita rubia, con facciones dulces, la literatura la pintará como una Mesalina, envenenadora e incestuosa con sus hermanos y con su padre.
Lucrecia en esta época se acaba de casar con Juan Sforza, aunque realmente los casados no llevan vida marital. Juan Sforza es ese jovencito que aparece ahí, en en fondo del cuadro, y que monta un caballo brioso. Sforza lleva el pelo como una mujer, sombrero de alas anchas y manto rojo. Poco tiempo después César Borgia intentará asesinarle varias veces.
—¿Y por qué? —preguntó César.
—Sin duda le consideraba como un estorbo. Este hombre que está en el primer plano, derecho, junto al trono del emperador, es Andrés Paleólogos —siguió diciendo Kennedy—. Es ese que viste un manto de púrpura pálido y que tiene un aire tan melancólico. Se supuso primero que era Juan Borgia. Ahora se dice que es Paleólogos, a quien por esta época, la muerte del emperador Constantino XIII le había hecho perder la corona de Bizancio.
Ahora, aquí, a la derecha, montado en un caballo berberisco, está el príncipe Dschem, segundo hijo de Mahomet II, a quien Alejandro VI guarda en rehenes. Dschem, como ve usted, tiene cara expresiva, nariz acusada, ojos vivos, barba larga, en punta, melenas y gran turbante. Monta a la mora, con los estribos muy altos, y lleva un corvo alfanje en el cinto. Es gran amigo de César Borgia, lo cual no es obstáculo para que, según la voz pública, entre César y su padre le envenenen en un banquete de despedida en Capua. Aquí aparece otra vez Juan Sforza, a pie. ¿Estos dos niños son los hijos menores de Alejandro VI? ¿O son otra vez Lucrecia y César? No lo sé. Detrás de Paleólogos están los familiares del Pontífice, y entre ellos el mismo Pinturicchio.