ALEJANDRO VI Y SU HERMANO

ENTRARON Kennedy y Cesar en la primera sala, o sala de los Misterios, y el inglés se detuvo ante un cuadro de la Resurrección.

—Aquí tiene usted a Alejandro VI, de rodillas, adorando al Cristo que sale de la tumba. Es un tipo de meridional; tiene la nariz corva, el cráneo largo y tonsurado, la frente estrecha, los labios gruesos, la barba saliente, el cuello fuerte y las manos pequeñas y regordetas. Viste manto pontifical de oro, cubierto de pedrería; la tiara está a su lado, en el suelo. De los soldados, ese que duerme junto al sepulcro y el otro que se despierta y se levanta, poniéndose de rodillas, apoyado en una lanza, se supone que son dos de los hijos del Papa, César y el duque de Gandía. Yo más bien creo que este soldadito de la lanza sea una mujer, quizá la misma Lucrecia. ¿Qué le parece a usted su paisano, amigo César?

—Es un mediterráneo, el dolicocéfalo ibérico; tiene la cabeza amelonada y pequeña, los rasgos sensuales. Es leptorrino. Es de una raza intrigante, comerciante, mentirosa y charlatana.

—A la que usted tiene el honor de pertenecer —dijo Kennedy riendo.

—Es cierto.

—Dicen que este hombre era muy entusiasta de sus paisanos y de las costumbres de su tierra. Estos azulejos, restos del antiguo pavimento, y los platos que ve usted aquí, son valencianos. Un pintor español me ha dicho que en el archivo de la catedral de Valencia se conservan varias cartas de Alejandro VI, y entre ellas, una pidiendo que le manden azulejos.

Kennedy, avanzando un poco, se plantó delante de una Ascensión de la Virgen, y dijo:

—Este hombre sombrío, vestido de rojo, con un flequillo de pelo sobre la frente, se supone que es un hermano del Papa.

—Mal tipo para encontrárselo en un tribunal de la Inquisición —dijo César—; figúrese usted lo que hubiera hecho este purpurado con ese judío, el señor Pereira del hotel Excelsior, si lo llega a tener en su poder.

—Como ve usted —siguió diciendo Kennedy—, en las bóvedas se repiten los símbolos de Iris, Osiris y el buey Apis, sin duda por el parecido que tienen con los símbolos cristianos, y, además, porque el buey Apis recuerda el toro de las armas de los Borgias.

—¿Sus armas eran un toro?

—Sí; era un escudo inventado por un rey de armas cualquiera, un símbolo de la fiereza y de la fuerza.

—¿Eran de familia noble estos Borjas?

—No; probablemente, no. Aunque creo que algunos suponen que descendían de la familia aragonesa de Atarés.

Ahora que conocemos a Alejandro VI, vamos a echar una ojeada por su corte. Se ha dicho muchas veces, tomándolo sin duda del libro de Vasari, que el Pinturicchio había pintado en las habitaciones de los Borgias al Papa Alejandro VI adorando a la Virgen, representada por los rasgos de su amante, Julia Farnesio. El crítico, sin duda, debió confundirse, porque ninguna de estas madonnas recuerda la figura de Giulia la Bella, a la que llamaban la esposa del Cristo. El cuadro a que se refiere Vasari debe ser uno que está en el museo de Valencia.